por Fernando Mires / Alemania
Comenzaré este artículo formulando dos tesis:
1. Las elecciones son el medio que se dan las naciones democráticas para canalizar políticamente sus divisiones, sean sociales, ideológicas, e incluso étnicas y religiosas. Sin elecciones solo habría revoluciones, golpes de estado, motines y masacres, y por supuesto, la dictadura sería la forma normal de gobierno.
2. Las elecciones son un medio. Pero también son un fin en sí. Son un medio para acceder a parte o a la totalidad del gobierno. Son un fin porque durante su transcurso la población convocada se convierte en ciudadanía, elige a sus líderes, conoce los programas e interfiere en los acontecimientos. Las elecciones son el momento más participativo de la democracia delegativa.
Escribo estas tesis bajo la sombra de los sucesos de Egipto, país en el que ocurrió un golpe de estado debido a la incapacidad de la oposición para construir una plataforma unitaria, con un programa y un candidato común, en elecciones que, como consecuencia de la estupidez de esa misma oposición, no tendrán lugar muy pronto. Oportunidad que hoy aprovecha el ejército de Mubarak para retomar el poder. En Egipto, en fin, ocurrió, inducida por la propia oposición, una radical des-electorización de la lucha política la que culminó en un típico golpe militar, llamado “golpe bueno” por más de algún descabellado analista.
La electorización del proceso político es -hecho que no supo entender la oposición egipcia- condición de la vida democrática. Pero para que ello ocurra debe existir, antes que nada, un proceso político. Si este no existe las elecciones serán solo un procedimiento destinado a facilitar cambios administrativos en el estado. Hay por lo tanto elecciones de bajo nivel político. Las próximas de Alemania (Noviembre 2013) -es el ejemplo que tengo más cerca- serán elecciones más administrativas que políticas pues la diferencia programática entre los dos grandes bloques no es todavía percibida por nadie.
En América Latina tenemos también un caso en el cual las elecciones tendrán lugar en un ambiente altamente despolitizado. Me refiero a Chile, país en donde los electores, si no ocurre un milagro, llevaran de nuevo a Michelle Bachelet al poder.
La creciente despolitización electoral chilena, ya evidente en comicios municipales, se ha visto incrementada por la aparición de dos nuevos factores. Uno, el colapso de la derecha. El otro, la heterogeneidad de Nueva Mayoría, o bloque bacheletista.
El colapso de la derecha había ocurrido antes de que el candidato Longueira enfermara. Dividida en dos fracciones que no sintonizan, ninguna ha podido borrar el estigma del pasado pinochetista. Cierto es que en términos económicos el gobierno Piñera se encuentra en continuidad y no en ruptura con los de la antigua Concertación. Desde esa perspectiva fue un gobierno concertacionista más. Ahí reside precisamente el problema. La derecha chilena carece de perfil político e ideológico.
La tradición conservadora, familiarista, nacionalista, latifundista y clerical que caracterizó a la derecha del pasado pre-pinochetista, se vino abajo ante los embates de la globalización financiera que tuvieron lugar bajo la propia dictadura. El latifundismo de los «grandes señores y rajadiablos» fue sustituido por empresas transnacionales. Los valores que propagaba fueron arrasados por fuerzas económicas que esa misma derecha alentó. Ni siquiera su vocación anticomunista puede ser rehabilitada pues el comunismo desapareció como fenómeno mundial (el socialismo del Siglo XXl es solo un resto de repulsivas dictaduras militares y corruptas autocracias) De esa derecha, en fin, solo queda uno que otro apellido vinícola y nada más. De ahí que uno de los grandes problemas de la izquierda chilena es no tener frente a sí a una verdadera derecha y ese hecho cuestiona, de por sí, su existencia como izquierda.
Bachelet en estos momentos no tiene competidores. Es lo peor que puede suceder a un(a) líder político(a).
La Nueva Mayoría es mayoría, pero de nueva no tiene nada. Se trata de un bloque electoral cuyo objetivo es ocupar las oficinas estatales con enormes e indisciplinados ejércitos clientelísticos. Ideológicamente va desde un centro-centro, pasando por una amorfa socialdemocracia, sigue a través de los comunistas eternos, para terminar en lumpenescos grupos (castristas, chavistas). No tiene, esa mayoría, un programa definido -a menos que ese misterioso libro cuyas páginas no fueron discutidas por nadie, presentado por Bachelet bajo el pomposo título «El Otro Modelo», sea considerado un programa-. Y las tareas que la doña deberá cumplir, a saber, reforma del sistema tributario, refinanciamiento de las universidades estatales y cambio de nombre y fecha de la Constitución, se pueden realizar en cuatro semanas; pero no en cuatro años.
En Chile estamos entonces frente a un caso de descomposición política, o para decirlo en términos de Durkheim, de anomia política. Todo indica que en las elecciones, aparte de la votación sedimentaria que recogerán candidatos exóticos, la abstención en sus dos formas (militante y apática) superará todos los índices. ¿Qué podrá surgir de ahí? La verdad, no lo sé. Nada bueno en todo caso.
El ejemplo radicalmente contrario al caso chileno lo representa sin duda Venezuela. Allí, en lugar de una electoralización de la política, tendrá lugar en los próximos comicios municipales (8.12. 2013) una radical politización de las elecciones. Caso históricamente inédito pues ni en Venezuela ni en otros países latinoamericanos unas simples elecciones municipales han llegado a ser tan decisivas. La razón es conocida: dichas elecciones tendrán el carácter de un plebiscito nacional. Eso quiere decir que si la oposición democrática derrota a la autocracia madurista, los cambios que se anunciarán a partir del 8.12. serán múltiples.
En la hora en que escribo estas líneas, Maduro, quien jamás ha sido popular, es más impopular que nunca. A su enorme impopularidad une la de un gobernante cuya legitimidad de origen es puesta en duda fuera y dentro del país. Si a ello sumamos la profunda crisis económica heredada del presidente muerto, crisis que afecta de modo radical a los sectores más pobres, un resultado favorable a la oposición, si esta no comete ninguna gran locura estaría asegurado.
Si no comete ninguna gran locura, he de reiterar. No me refiero a la MUD ni mucho menos a su líder Capriles quienes han dado muestras de responsabilidad y realismo político. La locura viene por otros lados. Por una parte viene de un segmento delgadísimo de la oposición, al cual denominaré «los egipcios», cuyo casi nulo respaldo social va unido con una creciente crítica a la MUD y a Capriles por el hecho, dicen ellos, que frenan la (imaginaria) movilización de masas. Como si Capriles en lugar de dirigente político fuese un mariscal de batallas.
Afortunadamente los sectores sociales que apoyan a la oposición, incluyendo a jóvenes universitarios, han dado muestras de gran inteligencia al evitar una confrontación con los destacamentos militares del partido-estado, situación que solo favorecería a Maduro y su combo. Pues bien, ese es precisamente el segundo lado desde donde viene el peligro más grande, a saber, que Maduro sintonice indirectamente con «los egipcios» de la oposición..
Maduro y su grupo saben que si no ganaron las elecciones del 14.04 nunca van a ganar las del 8.12. Saben que esta vez los fraudes no van a ser tan fáciles. Saben, además, que la gran crisis que no manejan, se traduce en temas concretos en cada municipio. Y, no por último, saben que las elecciones se dirigirán en contra de la persona del inoculado gobernante. De ahí que una salida, quizás la única salida que resta en caso de una avisada y descomunal derrota, sería la de interrumpir el proceso electoral.
¿Qué otro sentido sino la simple provocación tienen las persecuciones a miembros de la oposición, como a Richard Mardo, Leopoldo López, Henri Falcón, entre otros? Muy pronto las emprenderán en contra de Capriles, y para ello contarán con la ayuda indirecta de los egipcios venezolanos. ¿Qué otro sentido poseen las invenciones surrealistas de J.V. Rangel, con respecto a aviones comprados por la oposición para invadir a Venezuela desde Colombia? (!!) ¿Qué otro objetivo tienen los brutales insultos de Maduro, su lenguaje de energúmeno, su manía obsesiva de denominar fascista a todo lo que se le ponga por delante? ¿Qué otra intención tienen Maduro y Cabello cuando inventan planes golpistas como si la oposición controlara a todo el ejército, tuviera milicias armadas y destacamentos de choque, como es el caso del oficialismo? Está claro: Conciente o inconscientemente Maduro está intentando des-electorizar el proceso político: Tender una trampa, llevar la parte “egipcia” de la oposición a la violencia, que el agua de los ríos salga de sus cauces y militarizar aún más a la política. Así parece ser el plan.
Las elecciones fueron la principal arma política del chavismo. Hoy son, o han llegado a ser, la principal arma en contra del madurismo. Hay que ser egipcio para no darse cuenta de eso.