Joshka Fischer
Desde 2009, cuando la crisis financiera que empezó en Estados Unidos un año antes sacudió la eurozona hasta sus cimientos, la gestión de crisis se convirtió en la nueva normalidad de Europa. El continente pasó de una crisis a la otra, y no es probable que esto vaya a cambiar pronto.
Europa tuvo una crisis financiera, una crisis griega, una crisis ucraniana y desde mediados de 2015, una crisis de refugiados. Y ahora que el RU (uno de los estados miembros más fuertes de la Unión Europea en términos económicos y militares) se dispone a celebrar el 23 de junio un referendo sobre una eventual salida de la UE (el denominado Brexit), Europa se enfrenta a la posibilidad inminente de una crisis de secesión.
En la mayoría de los países de la UE hay una enorme crisis de confianza respecto de Europa y sus instituciones, que alimenta un renacer de partidos políticos e ideas nacionalistas y un debilitamiento de la solidaridad europea. La renacionalización de Europa se está acelerando, lo que hace de esta crisis la más peligrosa de todas, ya que amenaza con provocar una desintegración desde adentro.
Tras la debacle financiera, la dirigencia política de la UE (los jefes de Estado y gobierno de los países miembros y los líderes del Consejo Europeo y de la Comisión Europea) tomó una decisión desafortunada: entregarse a una gestión en modo crisis, en vez de elaborar una visión para Europa y una estrategia para alcanzarla.
Una gestión estratégica de Europa hubiera demandado acuerdos y renunciamientos, con inevitables riesgos políticos en todos los estados miembros. Pero los líderes de la UE prefirieron confiarse a la fuerza de las circunstancias y dejar que la realidad de las sucesivas crisis hiciera el trabajo por ellos. Esta decisión, nacida de la cobardía y de una mal aplicada astucia, se cobró un precio: para sus ciudadanos, una UE que solo funciona en modo crisis es la imagen misma de la incompetencia e indigna de su confianza; ya no la solución a los viejos problemas del continente, sino otro problema más.
Tras casi seis décadas de exitosa integración, Europa se volvió una presencia permanente en la vida cotidiana; una realidad política, económica, institucional y jurídica. Pero todas las manifestaciones de Europa dependen de la vitalidad de su idea subyacente, de su alma. Si esta idea muere en los ciudadanos y los pueblos de Europa, la UE llegará a su fin, no con un estallido, sino con un largo y doloroso gemido.
No se puede seguir así; hay demasiado en juego: el futuro de nuestro continente en un mundo de cambio veloz. Ya no basta una política de mejoras graduales. Sin una visión renovada de Europa y un método eficaz para hacer frente a las crisis, los nuevos (y viejos) nacionalistas del continente seguirán sumando fuerza y arriesgando todo el proyecto de integración pacífica basada en el Estado de Derecho.
El referendo británico señalará el camino, tanto para el RU cuanto para la UE en su conjunto. Será seguido por suspiros de alivio (eso espero) o por un cataclismo que sacudirá a la UE hasta sus cimientos y traerá desastres para el RU. Pero cualquiera sea la decisión de los británicos, hay que encarar las numerosas crisis que afectan a Europa.
La crisis financiera no terminó; solo se transfiguró en crisis política. Portugal, España e Irlanda mostraron que las mayorías democráticas ya no están dispuestas a soportar la cura feroz de la política de austeridad. Y la crisis griega está entrando otra vez en ebullición.
Es posible que el euro no sobreviva. A pesar de signos de una moderada recuperación económica en la eurozona, la brecha entre Alemania y la mayoría de los otros países de la eurozona se amplía y profundiza. Hace mucho que nadie habla de la convergencia de la unión monetaria.
Y sin embargo está claro que si el euro fracasa, todo el proyecto europeo fracasará con él. La dirigencia europea sabe que el euro no es a prueba de crisis (a pesar de las mejoras técnicas introducidas durante la última que enfrentó). Y jamás lo será, a menos que Alemania y los otros países de la eurozona alcancen un nuevo gran acuerdo. En la práctica, esto implicaría reformar la eurozona sobre la base de una integración política más profunda (no poca hazaña, sin duda).
Lo mismo vale para la seguridad conjunta de la UE, la protección de sus fronteras externas y la reforma de la política de refugiados europea. Aquí también, un liderazgo político eficaz demanda una visión renovada del lugar de una Europa unida en el siglo XXI: lo que puede y debe ofrecer, cómo debe estar constituida y qué instituciones y poderes necesita.
No hay razón para que Europa tema a las crisis. Estas son iniciadoras de cambios; ofrecen a la UE ocasión de avanzar y fortalecerse, siempre que se las enfrente sin temor a los concomitantes riesgos políticos.
Cuando en junio el RU haya hablado, Europa deberá responder: con valentía, con una visión y con soluciones reales. El nacionalismo no es la respuesta. Solo siendo auténticamente europeos podemos asegurar un futuro de paz y prosperidad para Europa.
Joschka Fischer was German Foreign Minister and Vice Chancellor from 1998-2005, a term marked by Germany’s strong support for NATO’s intervention in Kosovo in 1999, followed by its opposition to the war in Iraq. Fischer entered electoral politics after participating in the anti-establishment protests of the 1960s and 1970s, and played a key role in founding Germany’s Green Party, which he led for almost two decades. Traducción: Esteban Flamini.