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José Ignacio Moreno León *
En América Latina resaltan varios casos históricos, testigos de cómo la torpeza política y la mala gestión de gobierno, aunado al déficit de cultura democrática, han facilitado la incursión de regímenes autoritarios que frecuentemente –por la vía de golpes de estado militaristas- han derrocado gobiernos democráticos para instaurar dictaduras, en algunos casos de signo derechista y en otros, con ribetes izquierdistas y abierta connotación socialista y marxista. Son regímenes que han sembrado la violencia, la persecución política y, en general, la destrucción de todas las instituciones democráticas, tal y como sucedió en Italia con Mussolini y su gobierno Fascista, aunque en este último ejemplo, como señalamos en el artículo anterior, el régimen Fascista tenía una marcada impronta de derecha, a pesar de su estilo represivo y militarista típico de los sistemas socialistas y marxistas.
En la década de los años setenta del siglo pasado, irrumpió en el escenario político el General Juan Velasco Alvarado, un castrense con ideología socialista-marxista, quién desde la Jefatura del Comando Conjunto de la Fuerza Armada Peruana, lideró el 3 de octubre de 1968 el golpe de estado que provocó el derrocamiento del primer gobierno democrático del Ingeniero Fernando Belaunde Terry, para establecer una dictadura militar izquierdista que se prolongó hasta agosto de 1975, bajo el lema de La Revolución de las Fuerzas Armadas. Ese golpe militar fue provocado por la crisis política y económica que se vivía en el Perú a finales del gobierno de Belaunde y por el rechazo de los militares ante un eventual triunfo del líder del APRA, Haya de la Torre en las elecciones que se avecinaban para el reemplazo democrático de Belaunde.
Velasco Alvarado configuró un gobierno militarista e impulsó políticas de corte socialista que, por cierto se han tratado de repetir en algunos países de la región, a pesar de los funestos resultados y consecuencias que aún pesan en el Perú como rémoras en el desarrollo del país. Tal y como lo hizo Mussolini en Italia, el nuevo régimen procedió a la eliminación de los partidos políticos, persiguiendo a los adversarios del gobierno y restringiendo la libertad de expresión mediante la confiscación de medios y el control de las telecomunicaciones, incluyendo la expropiación de la compañía telefónica y la apropiación progresiva de la radio y la televisión.
Se desarrollo un drástico proceso de estatizaciones y nacionalizaciones, que incluyeron la de la banca y los recursos mineros, la expropiación de los yacimientos petroleros que venía explotando una empresa extranjera, las actividades de producción del hierro y el acero. Se adelantó una reforma agraria con la consigna de eliminar la “oligarquía terrateniente” y a través de lo cual no solo se afectaron latifundios sino igualmente importantes complejos agroindustriales que luego fueron convertidos en cooperativas agrarias cuyo manejo ineficiente resultó en un notable fracaso. Con la creación del Ministerio de Pesquería se estatizó esa actividad y se dedicó solo a la producción para el consumo humano, afectando la industria de la harina y el aceite de pescado que era una notable fuente de divisas para el país. El gobierno asumió control de la importación de alimentos con la creación del Ministerio de Alimentación y, mediante la Ley General de Industrias promovió una llamada Comunidad Industrial que entre otras medidas, establecía que los trabajadores debían involucrarse en la participación de las utilidades y en la gestión y administración de cada empresa. El sesgo eminentemente militarista del régimen lo marcó Velasco Alvarado, al igual que lo hizo Il Duce en el Fascismo, realizando cuantiosas inversiones en el equipamiento de las Fuerzas Armadas que llegaron a tener uno de los ejércitos mejor equipados de la región, fundamentalmente con armas soviéticas, lo que reflejaba –para variar- su orientación antinorteamericana. La revolución se apoyó igualmente en una organización civil y política mediante la creación del llamado Sistema Nacional de Apoyo a la Movilización Social.
El gobierno estatista de Velasco Alvarado generó un explosivo crecimiento de la burocracia pública, incrementando las empresas del Estado de 18 hasta 170, al final de su periodo con un ineficiente sistema de gestión de las mismas, salpicado por frecuentes casos de corrupción y grandes pérdidas económicas. Con su visión populista el régimen aplicó subsidios indiscriminados, mantuvo una errada política cambiaria con una moneda sobreevaluada y otros errores propios de la macroeconomía del populismo que, al final, provocaron una crisis económica, con pérdida total de las reservas del Banco Central, a lo cual se unió la grave crisis de salud del presidente y la presión de los grupos radicales del régimen para acentuar las políticas marxistas, lo que provocó grandes protestas populares, con la activa participación del APRA, que fueron fuertemente reprimidas con saldos de muertes y numerosos heridos. Se suspendieron las garantías, pero a la grave crisis económica y política se le sumaron escándalos de corrupción, todo lo cual provocó el colapso del régimen cuando, el 29 de agosto de 1975, otro general, Francisco Morales, para entonces Presidente del Consejo de Ministros destituyó a Velasco Alvarado e instauró un nuevo régimen autoritario, que sin embargo condujo a un proceso constituyente que facilitó la transición pacifica para el regreso a la democracia con las elecciones que en 1980 llevó –nuevamente- a la presidencia a Fernando Belaunde Terry.
Los dos testigos históricos que hemos expuesto en estos últimos artículos revelan que los regímenes totalitarios y militaristas, independientemente del signo ideológico que los sustente, siempre terminan en graves fracasos, dejando a las sociedades que los sufren secuelas económicas, políticas y sociales que han afectado sensiblemente sus procesos de desarrollo. A pesar de ello, de tiempo en tiempo surgen otros caudillos iluminados y movimientos que ciegos frente a esas experiencias históricas intentan repetir esos modelos, mimetizándose al etiquetar a sus adversarios con remoquetes de los sistemas que practican y que tratan, de una forma u otra, de ocultar. Afortunadamente, con los avances de la sociedad de la información y el conocimiento, las posibilidades de volver a esas fracasadas experiencias del pasado se han minimizado, aunque no extinguido por completo, hasta tanto el nuevo liderazgo político no adquiere plena conciencia que solo educando para la ciudadanía y ejerciendo a plenitud un sano y transparente ejercicio democrático es posible proteger la institucionalidad democrática, frente a las latentes amenazas del autoritarismo y del populismo.