Mercedes Arancibia / PES
En la Francia del siglo XIX, una historia desgarradora de sueños rotos, amores desgraciados, sacrificio y redención, en la línea de los “folletines por entregas” que fueron las lecturas preferidas de las clases populares, Los miserables, una de las novelas más populares de la literatura universal, escrita por Victor Hugo, llega a su enésima adaptación al cine, en este caso revisionando el musical escrito en 1980, que lleva 27 años triunfando en los escenarios de medio mundo y que han visto más de 60 millones de espectadores en 47 países y 21 idiomas. La película, dirigida por el australiano Tom Hooper (El discurso del rey, Oscar 2011) llega a los cines españoles el 25 de diciembre de 2012.
En la obra, escrita en 1862, Victor Hugo –una de las glorias de las letras francesas- cuenta la vida de los “miserables” de los barrios parisinos, y de las provincias francesas, teniendo como eje la figura del expresidiario Jean Valjean (que en la película interpreta Hugh Jackman)-perseguido durante décadas por el policía Javert (Rusell Crowe)- quien entre un cuadro y otro del libreto consigue amasar una fortuna vendiendo algunos objetos de plata robados en una iglesia (con el consentimiento del cura) y la dedica al cuidado y educación de la pequeña Cosette (intrepretada cuando ya es una joven por Amanda Seyfried), hija de una obrera, Fantine (Anne Hathaway), a la que el despido de la fábrica obliga a prostituirse por las calles. Entre los demás actores del reparto, destacan los papeles del mesonero y su rapaz esposa, interpretados por Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen.
La obra original es una novela histórica, costumbrista, social y filosófica en la que se encuentran en primer plano los ideales del romanticismo y el pensamiento de Víctor Hugo sobre la naturaleza humana, hasta el punto de que su autor escribió en una ocasión que estaba seguro de que esa novela iba a ser “una de las principales, sino mi principal obra”. El musical no, y esta película tampoco.
Yo no soy una amante de los musicales aunque recuerdo entrañablemente algunos vistos en mi infancia, como Cantando bajo la lluvia o Siete novias para siete hermanos. A mí me cuesta mucho “entrar” en la historia cuando las cosas me las cantan. Pero, independiente de este aspecto tan subjetivo y que tanto me condiciona a la hora de escribir, debo decir que sin compartir el criterio de parte de la crítica anglosajona que ha considerado estos miserables de 2012 “un desastre” –“una infinidad de estrellas librando una batalla sin final contra una diarrea musical y un enfoque visual laboriosamente repetitivo” (The Hollywood Reporter)- , me ha parecido que a la narración le falta gancho, resulta monótona y en ocasiones aburre; y que, en conjunto, ha salido una obra profundamente conservadora en la que los “revolucionarios” apenas son un puñado de “jovencitos” medianamente ilustrados, la gran mayoría burguesa de la Francia de finales del XIX ni siquiera está esbozada y el policía se arrepiente de haber sido “el malo” y se tira al Sena. Insisto en mi tesis: esto de tener que “cantar” la historia crea demasiadas servidumbres a la hora de dirigirla. Y añado que esta versión de Los miserables que ha hecho Tom Hooper no es un musical en sentido estricto, porque no tiene ni bailes ni partes recitadas: es una obra cantada, más cercana al género opereta que a otra cosa.
En lo que si coincide la mayor parte de la crítica que ha podido verla hasta ahora –y que es muy escasa, porque el estreno de Los miserables se ha reservado para las fechas navideñas en la mayoría de los países occidentales- es en que la verdadera protagonista de la película es Anne Hathaway, a pesar de que su personaje muere en mitad de la obra, especialmente en su interpretación de I Dreamed A Dream, cantando y sollozando a la vez, con los ojos brillantes y el pelo cortado casi al rape. Igual que ella, el resto del reparto también aceptó el reto de cantar “en directo” al tiempo que interpretaba las escenas. Según la revista Variety, Russell Crowe es quien “tiene la voz más débil de todas” defecto que compensa “con su presencia escénica”.