He oído a muchos por ahí preguntarse: ¿pero qué necesidad tenía el presidente Santos de recibir a Henrique Capriles y exponerse a armar este lío con el gobierno de Nicolás Maduro?
Respuesta: toda. Toda la necesidad. Colombia no puede seguir colgada de un bus que va derecho al abismo de su autodestrucción. Maduro tuvo que inventarse el simpático cuento de que Capriles vino a Colombia a recoger los polvitos con los que lo vamos a envenenar, para que no fuera tan evidente la verdad: no es ninguna traición que Colombia empiece a destetarse del régimen venezolano. Hay razones de dignidad que sobra explicar. Pero una de conveniencia: el colapso político del actual régimen venezolano es inevitable. Ni siquiera porque lo digan las cifras económicas, ni la escasez de papel higiénico o harina de arepa. Sino porque cada vez son más evidentes las conspiraciones internas entre el propio chavismo, que tienen gobernando a Maduro contra la pared. Si no terminan tumbándolo, lo obligarán a exhibir máxima tolerancia hacia la corrupción, el enriquecimiento de la boliburguesía y la aceptación de un tono cada vez más militarista de su régimen.
El apretón de manos con Capriles tiene una segunda explicación de política interna: Santos es bastante impopular entre la oposición venezolana, que lo considera un traidor. Ese sector es muy uribista, porque innecesariamente el presidente colombiano lo abandonó todo en manos de su contradictor. Y para un presidente que se quiere reelegir, ese malestar tiene malas repercusiones internas: el 90 por ciento de los colombianos se confiesa antimadurista, como lo fue antichavista.
Pero hay una tercera y poderosa explicación del apretón de manos de Santos con Capriles: no solo el Ejército colombiano anda nervioso con el triángulo Cuba-Venezuela-Farc. También los EE. UU. ¿O es que alguien cree que el vicepresidente norteamericano, Joe Biden, vino a Colombia solamente a decirnos que cómo estaba de bonito y de cambiado este país, en comparación con hace 20 años, la última vez que nos visitó?
Ahora: no solo me hago la ilusión, sino que creo bastante posible que el proceso de paz con las Farc haya avanzado ya un trecho suficiente para blindarse. Pero no solo contra la necesidad de que Maduro tenga que empujarlo, sino contra el peligro de que en una de sus chiripiorcas se lo tire. Ahora: nunca olvidemos tampoco que Maduro todavía puede azuzar la división entre radicales y pragmáticos que reina entre las Farc, con regalitos como misiles tierra-aire que la guerrilla tanto ha buscado, o con reconocimientos políticos que podrían ir mucho más allá del de la simple beligerancia, facilitando centros diplomáticos oficiales que ya no solo despacharían clandestinamente desde el Fuerte Tiuna…
Pero si la canciller María Ángela Holguín vuelve a recorrer los caminos diplomáticos para recomponer las relaciones con Venezuela por la tubería del chavismo, como es Unasur, habremos retrocedido. Urgentemente hay que desamarrar los destinos políticos internos colombianos de los destinos internos políticos venezolanos. Unasur y sus mecanismos de solución de conflicto regional solo hablan un idioma: hacer lo que el chavismo quiere a la hora que quiera. Colombia debería huirle a Unasur como alma que persigue el diablo. Regresemos a la OEA, que es un escenario diplomático ampliado, que no nos obliga a convivir casi de manera exclusiva con la pestañina de Cristinita Kirchner o con los disfraces de gala de Evo Morales.
De la manera como siga comportándose el régimen venezolano frente a este incidente diplomático hasta despejaríamos una duda histórica: frente al proceso de paz con las Farc en La Habana, ¿Venezuela ha sido realmente un facilitador o, como muchos temen, una parte importante del problema?
Cuando el río suena… Cuando nos anunciaron que este sería “el siglo de los jueces”, no advirtieron que era con millas.