En pocas palabras. Javier J. Jaspe
Washington D.C. / analisislibre.org
En estos días finales de verano, cuando ya las primeras hojas del otoño comienzan a caer, termino de leer el último libro de la muy reconocida escritora e historiadora, Margaret MacMillan: “THE WAR THAT ENDED PEACE. The Road to 1914” (Random House, First Edition, U.S.A. 2013, 739 pages). Un singular libro que contribuye grandemente a iluminar el conocimiento sobre los hechos que desembocaron en la Primera Guerra Mundial del siglo XX, también conocida como la Gran Guerra (1914 – 1919), de cuyo inicio se cumplieron este verano los primeros cien años.
En la Primera Guerra Mundial, se enfrentaron Alemania y el imperio Austro-Húngaro (conocidos como los “poderes centrales” [Central Powers], en contra de Inglaterra, Francia y Rusia (llamados los “países aliados” o los “aliados” [the Allies), guerra que ganaron estos últimos. Durante la guerra, otros países se unieron al conflicto en uno u otro lado. Así, por ejemplo, Rumania, Grecia, Italia, Japón, China y Estados Unidos, lo hicieron hacia el lado de los aliados, mientras el Imperio Otomano y Bulgaria lo hiceron en favor de los poderes centrales.
Margaret MacMillan recibió su doctorado de la Universidad de Oxford y actualmente es profesora de esta Universidad, donde también se desempeña como Rectora (Warden) de St. Antony’s College. Sus libros publicados con anterioridad incluyen: Dangerous Games: The Uses and Abuses of History; Nixon and Mao: The Week That Changed The World; Women of the Raj: The mothers, Wives and Daughters of the British Empire in India; and Paris 1919: Six Months that Changed The World.
El libro que reseñamos contiene una cantidad impresionante de datos y análisis sobre los personajes y acontecimientos que marcaron la escena de los años anteriores al inicio de la Gran Guerra, lo cual refleja la acuciosidad de la autora y la altísima calidad de su investigación histórica. Llama igualmente la atención que la autora, aún reconociendo que las decisiones que condujeron a la guerra fueron adoptadas exclusivamente por hombres, incluye importantes datos sobre la influencia que ciertas mujeres relacionadas con esos hombres, como esposas o en otro carácter, ejercieron sobre los mismos.
De no menor significación, son los paralelismos que la autora observa entre ciertos hechos sucedidos en aquél entonces (el asesinato del Archiduque Franz Ferdinand, por ejemplo, el cual abrió el compás favorable a quienes en el Imperio Austro-Húngaro deseaban destruir a Serbia, para presionar al Emperador Franz Joseph a este propósito), por una parte y, por la otra, situaciones que están ocurriendo o han ocurrido en nuestra época (la tragedia del 11 de septiembre de 2001 por el ataque de Al Qaeda al World Trade Center en Nueva York, la cual dió la oportunidad a los que abogaban por la invasion de Afghanistan e Irak, de presionar sobre el Presidente Bush y el Primer Ministro Blair en esta dirección). De esta manera, MacMillan, de manera encomiable, alerta sobre la necesidad de tomar en cuenta la dolorosa experiencia vivida por el mundo durante la Gran Guerra, para aprender las lecciones que ella nos ha dejado.
Asímismo, la autora no deja de incluir algunas referencias a hechos relacionados con países distintos a los que estuvieron directamente involucrados en la contienda mundial, como es el caso de la desafortunada y repudiable situación vivida por Venezuela en 1902, cuando el país fue objeto de una invasion por parte de Inglaterra y Alemania para el cobro de deudas. Igualmente, menciona el conflicto que se suscitara con Inglaterra originado en el reclamo de Venezuela sobre el territorio de la Guayana Esequiba, reclamo que todavía está pendiente de resolución, ahora con Guyana, y respecto del cual, los gobiernos del finado Hugo Chávez, y ahora de Nicolás Maduro, se han mostrado débiles en la defensa de los intereses de Venezuela durante los últimos quince años.
MacMillan aspira a que su investigación sirva para entender mejor a las personas que tuvieron bajo su responsabilidad la de elegir entre la guerra y la paz, conociendo sus fortalezas, debilidades, sus amores, odios e inclinaciones, para lo cual resulta necesario entender también el mundo que los rodeaba, especialmente en lo que concierne a las instituciones e ideas predominantes en ese entonces. Del mismo modo, que su obra sea útil para tener presente las enseñanzas dejadas por las crisis que precedieron a la de 1914: la de Marruecos, la de Bosnia y la que dió lugar a las guerras balcánicas.
Sería imposible pasar revista a los diversos aspectos tratados en el libro, por lo cual hemos optado por referirnos brevemente a los que se indican a continuación:
Los principales personajes
En el libro se describe y analiza un número considerable de personajes, pero nos limitaremos a mencionar a efectos de este artículo, aquellos principales que tuvieron una relación directa con la situación producida en el verano de 1914, cuando se inició la Gran Guerra.
Alemania: Wilhelm II (Emperador, sobrino de Edward VII, Rey de Inglaterra, y primo de George V, Rey de Inglaterra, sucesor de Edward VII, y de Nicolas II, Zar de Rusia); Theobald von Bethmann Hollweg (Canciller, sucesor de Bernhard Von Bülow); Alfred von Kiderlen-Watcher (Secretario de Asuntos Exteriores), Gottlieb Von Jagow, Secretario de Asuntos Exteriores, sucesor del anterior); Alfred Von Tirpitz (Secretario de Estado para la Marina); Alfred Von Schlieffen (Jefe del Comando General del Ejército, autor del Schlieffen Plan para la eventual guerra de Alemania con Francia y Rusia); Helmut Von Moltke, Jefe del Comando General del Ejército, sucesor de Schlieffen; y Erich von Falkenhayn (Ministro de Guerra y sucesor de Moltke).
Imperio Austro-Húngaro: Franz Joseph (Emperador); Franz Ferdinand (Archiduque y nominado como sucesor del primero); Leopold von Berchtold (Canciller); Alois von Aehrenthal (Ministro de Asuntos Exteriores); István Tisza (Primer Ministro de Hungría); Conrad Hötzendorf (Jefe del Comando General del Ejército); y Alexander Hoyos (Asesor).
Rusia: Nicolas II (Zar, primo de George V, Rey de Inglaterra y de Wilhelm II, Emperador de Alemania); Peter Stolypin (Primer Ministro); Vladimir Kokovtsov (Primer Ministro, sucesor de Stolypin); Ivan Goremykin (Primer Ministro, sucesor del anterior); Sergei Sazonov (Ministro de Asuntos Exteriores); Vladimir Sukhomlinov (Ministro de Guerra) y Grigori Rasputín (Consejero).
Inglaterra: George V (Rey, primo de Wilhelm II, Emperador de Alemania y de Nicolas II, Zar de Rusia); Herbert Asquith (Primer Ministro); Edward Grey (Secretario de Asuntos Exteriores); Richard Haldane (Secretario de Guerra); John Seely, (Secretario de Guerra, sucesor del anterior); David Lloyd George (Secretario de Hacienda); Winston Spencer Churchill (Primer Lord del Almirantazgo); y Henry Wilson (Director de Operaciones Militares del Ejército).
Francia: Raymond Poincaré (Presidente); Maurice Rouvier (Primer Ministro); Stephen Pichon (Ministro de Asuntos Exteriores); Joseph Joffre (Jefe del Comando General del Ejército); y Paul Cambon (Embajador en Inglaterra).
Serbia: Peter I (Rey); Nikola Pasic (Primer Ministro); Dragutin Dimitrijevic (Jefe de Inteligencia Militar) y Gavrilo Princip (Serbio-Bosnio, asesino del Archiduque Franz Ferdinand, en Sarajevo, el 28 de junio de 1914)
Instituciones e ideas
La lectura del libro de MacMillan provoca en nosotros las siguientes consideraciones sobre el estado de algunas instituciones e ideas predominantes en los tiempos que sirvieron de antecedentes y trasfondo al verano de 1914. En este aspecto, destacamos los siguientes:
Una sociedad en movimiento – La sociedad europea, con una población creciente, una mejor educación y todavía regida por valores tradicionales como la jerarquización social, la disciplina, el honor personal y el de la nación, y el respeto a la autoridad, se encontraba en pleno ascenso gracias al desarrollo científico, tecnológico y economico. El desarrollo industrial había profundizado las diferencias entre el campo y la ciudad, favoreciendo movimientos migratorios hacia los centros urbanos, pero donde las duras condiciones laborales impuestas a los trabajadores, todavía dejaban mucho que desear. Las clases dominantes, principalmente integrada por los grandes propietarios de tierra y los nuevos capitanes industriales, veían con suspicacia, recelo y/o desparobación, los movimientos de los trabajadores y otras clases menos favorecidas, para organizarse social y políticamente, en favor de la conquista de mejores condiciones y salarios. Igualmente, abrigaban dudas de si personas provenientes de estas clases prestarían su concurso voluntario para defender sus países en caso de guerra…
Gobiernos absolutistas – Aunque Inglaterra y Francia funcionaban bajo regimenes con cierta tendencia democrática, en el resto de los países prevalecían gobiernos absolutistas, donde los elementos representatives de la población civil, cuando ellos existían, tenían una presencia meramente nominal. En Rusia y el imperio Austro-Hungaro, por ejemplo, la mayoría de los poderes se concentraban en el Zar y el Emperador, respectivamente; en Alemania, a pesar de que el parlamento procuraba ejercer algunos controles en materia presupuestaria, la última palabra en materia millitar y de guerra la concentraba el emperador
Militarismo y comandos militares con mucho poder – El militarismo estaba en boga y la tendencia era hacia la conformación de poderosos comandos generales de carácter militar que no rendían cuenta al poder civil y que tenían acceso directo a la maxima autoridad del país, llámese emperador, rey o presidente. Estos comandos estaban autorizados a asumir el poder sobre la población civil, en situación de movilización militar ante la posibilidad de una contienda con el enemigo.
Culto a la guerra ofensiva y rigidez en los planes militares – Algunos países conformaban alianzas a través de la firma de acuerdos supuestamente orientados a la defensa recíproca (Francia y Rusia, o Alemania, Austro-Hungría e Italia, por ejemplo), pero que en la práctica eran interpretados como una manera de esconder verdaderos propósitos ofensivos. Una manifestación de este espíritu ofensivo, la constituían los planes militares destinados a ser implementados en casos de conflicto con el enemigo, los cuales tenían un carácter excesivamente rígido e integraban a su texto el logro de objetivos que llevaban necesariamente a la profundización y/o extension de los conflictos. Este fue el caso del denominado Schlieffen Plan, concebido para ser aplicado en una eventual guerra de Alemania con Rusia y Francia, el cual contemplaba la violación a la neutralidad de Bélgica, mediante la invasion de este país para dar paso a las tropas alemanas que lucharían en contra de Francia. Esta invasión necesariamente disparaba la necesidad de que Inglaterra, país que siempre había jugado en su política internacional a mantenerse como una especie de árbitro en los conflictos entre las otras potencias (a pesar de que no dejaba de mostrar simpatías por la alianza entre Francia y Rusia), saliera en defensa de Bélgica, por aplicación de tratados internacionales vigentes mediante los cuales Inglaterra se comprometía a garantizar la neutralidad de Bélgica.
Nietzsche, socialdarwinismo, terrorismo y carrera armentista – Los escritos de Friedrich Nietzsche, en favor del super hombre desafiante de las convenciones existentes, estaban en boga y no dejaron de tener influencia entre los jóvenes de la época e inspirar actitudes anarquistas. La autora destaca que durante la última parte del Siglo XIX y la primera del Siglo XX hubo un resurgimiento del terrorismo, especialment en Francia, Rusia, España y Estados Unidos. Asimismo, en sintonía con Darwin, en muchos seguía predominando la idea de que la lucha era una parte fundamental en la evolución de la sociedad humana, reafirmando la idea de Hobbes, según la cual, en esa lucha la guerra entre las naciones era algo que debía ser esperado e incluso bienvenido.. Por tanto, sólo los países fuertes y bien armados eran los que se encontraban en capacidad de obtener la mejor recompensa, en la conservación o expansion de sus dominios imperiales.
Así, por ejemplo, Alemania, poseedora de un poder economico en plena efervescencia y éxito, se veía injustamente tratada y reclamaba una mayor presencia en el reparto de territorios para expandir sus mercados, bien sea por una redistribución de tales territorios o por obtención de aquellos que entrarían en estado de disponibilidad en otros partes como China, o a raíz de la desintegración del Imperio Otomano. Uno de los principales productos de este pensamiento fue el desarrollo de una política alemana para obtener más y mejores buques de guerra, con el fin de disputarle a Inglaterra su predominio en materia maritima. Ésto, a su vez, originó una peligrosa carrera armentista que se transmitió a los otros países y a las diversas facetas de los instrumentos y equipos militares.
La reacción del nacionalismo – La gradual desintegración del Imperio Otomano, además de alimentar las pretensiones imperiales, especialmente reflejadas en la anexión de Bosnia-Herzegovina, por parte del imperio Austro-Húngaro, trajo también consigo la independencia de varios países de la región Báltica. Ésta independencia, como fue el caso de Serbia, Rumania, Bulgaria y Montenegro, motivó las ansias de estos países por la expansion de sus respectivos territorios, dando lugar a conflictos entre países limítrofes. Al mismo tiempo, estimuló la lucha afincada en elementos nacionalistas, especialmente en la población de procedencia eslava sometida al poder del imperio Austro-Húngaro, la cual fue merecedora de la simpatía Rusa, país donde había un alto componente de población de origen eslavo.
Decaimiento del movimiento pacifista frente al guerrerismo – El movimiento pacifista que había tenido auge durante los primeros años del Siglo XX, de la mano de, entre otros, Berta von Suttner, Ivan Bloch, Thomas Stead, August Bebel, y Jean Jaurés, y de las luchas libradas por el movimiento internacional socialista para desestimular el nacionalismo y la colaboración de los trabajadores y sindicatos con los gobiernos, se encontraba prácticamente en decadencia para el año 2014, año en que se produce el asesinato del Archiduque Franz Ferdinand en Sarajevo. En ese entonces, mucha gente veía la llegada de la guerra entre los grandes imperios como algo irreversible y, en algunos casos, hasta deseable, por ser ésta portadora de un estado de certidumbre para erradicar las tensiones que el estado permanente de preocupación por la guerra traía consigo, o para contrarrestar los elementos de rebelión interna en algunos países, como Rusia, en contra del status quo existente.
Los conflictos que precedieron la Gran Guerra
Anexión de Bosnia & Herzegovina por el imperio Austro-Hungaro, el 6 de octubre de 1908. Este hecho produjo una seria situación conflictiva entre este imperio y Rusia. En este conflicto, el imperio Austro-Hungaro recibió el firme espaldarazo de Alemania, con lo cual Rusia desistió de su reclamo evitándose una situación de guerra. Esta posición del gobierno ruso fue considerada como débil y mereció serias críticas internas en Rusia., lo cual contribuyó a profundizar las heridas dejadas al honor del país, luego de su derrota frente al Japón en la guerra Ruso-Japonesa de 1905.
Conflicto entre Alemania y Francia en relación con Marruecos. La primera se oponía a la dominación que pretendía ejercer la segunda sobre Marruecos y reclamaba derechos que le permitieran obtener mayor intereses en este país. Alemania hizo desembarcar un buque (the Panther) y un crucero (the Berlin) en uno de los puertos marroquíes (Agadir), en julio de 1911, para supuestamente proteger los ciudadanos alemanes y sus intereses en el sur de Marruecos. En sus conversaciones diplomáticas, Alemania le reclamó a Francia en compensación para ceder en su reclamo sobre Marruecos, la cesión de los intereses de Francia en el Congo. Inglaterra apoyó a Francia en este conflicto. El mismo no desembocó en una guerra y se arregló con la firma de un tratado entre Francia y Alemania, el 4 de noviembre de 1911, mediante el cual Francia obtuvo el derecho de establecer un “protectorado” sobre Marruecos, con el compromiso de respetar los intereses económicos alemanes en este país. Aunque Alemania también obtuvo 100,000 millas cuadradas en África, este tratado fue visto por los alemanes como una derrota significativa para su país.
Invasión de Italia a Cyrenaica y Tripoli (hoy Lybia) en el otoño de 1911. Estos territorios eran parte del Imperio Otomano. La resistencia Lybia se mantuvo por varios años hasta 1920, cuando Benito Mussolini terminó con ella tras un brutal combate que dejó no menos de 50.000 libios muertos.
Las guerras balcánicas. Se trata de dos guerras que se produjeron en 1912 y 1913, respectivamente, luego que se consolidara una liga de países balcánicos entre Grecia, Bulgaria, Montenegro y Serbia para luchar en contra del debilitado Imperio Otomano. La primera se inicia el 8 de octubre de 1912, cuando Montenegro le declara la guerra al Imperio Otomano y días más tarde se le unen los otros Estados de la Liga, en combates que en su mayor parte resultaron a favor de los países balcánicos. Bajo presión de las grandes potencias, el 3 de diciembre se firma un armisticio entre los miembros de la Liga Balcánica y el Imperio Otomano, donde acuerdan celebrar negociaciones en Londres, aunque en la práctica el conflicto continuó, por la acción de Serbia y Montenegro de tomar a Scutari (hoy Shkoder), una de las provincias de Albania. Luego de las reuniones en Londres, finalmente se firma un tratado a finales de mayo de 1913. Como resultado del mismo, Albania se convirtió en un estado independiente, sujeto a una Comision de Control Internacional, la cual no funcionó en la práctica, debido a la posición adversa del Imperio Austro-Húngaro.
La segunda guerra se inicia a pocos días de firmado el tratado de Londres, después que la Liga Balcánica se desintegrara, por las quejas de Serbia y Montenegro alegando que la mayor tajada territorial le habría correspondido a Bulgaria. El 29 de junio de 1913, Bulgaria lanza un ataque a Serbia y Grecia, mientras Rumania y el Imperio Otomano se unen contra Bulgaria, la cual sufre una serie de derrotas. Los países en conflicto pusieron fin a esta guerra bajo un arreglo conocido como the Peace of Bucharest, bajo el cual Rumania, Grecia y Serbia ganaron territorios a costa de Bulgaria. Sinembargo, este arreglo no puso punto final a los conflictos en la región balcánica, ya que Serbia debió enfrentar problemas en los nuevos territorios que ahora controlaba con la población de origen albano y de religion musulmana, en Kosovo y el sur de Macedonia. Adicionalmente, tanto Serbia como Grecia disputaron los límites que habían sido fijados para Albania.
Como consecuencia de las guerras anteriormente indicadas, Serbia salió fortalecida duplicando su territorio y dispuesta a adoptar una actitud retadora para conservar e incluso expandir los territorios conquistados, pasando a ocupar el norte de Albania. Este atrevido paso, hizo que el 18 de octubre de 1913, el Imperio Austrio-Húngaro, con el firme apoyo de Alemania, demandara mediante un ultimatum a Serbia su inmediata desocupación de Albania, en un plazo no mayor de 8 días, lo cual Serbia realizó el día 25 de octubre.
En opinión de la autora, las crisis anteriormente reseñadas, a pesar de que fueron superadas exitósamente por Europa, dejaron detrás una fresca cosecha de resentimientos y lecciones peligrosas, y condujeron paradójicamente a una peligrosa complacencia en el verano de 1914. MacMillan no se pronuncia sobre las personas a quiénes debería atribuirse la culpa de la Gran Guerra, o si más bien debería buscarse esa culpa en las instituciones o ideas que predominaban en ese entonces, como por ejemplo: comandos militares con mucho poder, gobiernos absolutistas, Socialdarwinismo, el culto a la guerra ofensiva, o Nacionalismo. En este aspecto, sostiene, hay todavía muchas interrogantes y no menos posibles respuestas. No obstante ésto, la autora afirma que si quisieramos acusar desde el Siglo XXI a quienes llevaron a Europa al conflicto mundial, podríamos hacerlo en un doble sentido: En primer término, por falta de imaginación, al no haber visto cuán destructivo tal conflicto sería. En segundo lugar, por falta de coraje para enfrentarse a aquellos que sostenían que no había otra alternativa sino la de ir necesariamente hacia la guerra. A su juicio, y así concluye, siempre hay alternativas…
Comentario final
No podemos finalizar sin antes expresar que consideramos muy respetable el escrúpulo y recato intelectual que manifiesta la autora, al no pronunciarse sobre los culpables de la guerra, luego de su magistral investigación y análisis recogidos en el libro que se reseña. Por nuestra parte, como simple lector, y aún a riesgo de que se nos califique como profeta del pasado, sostenemos que el libro contiene abundante material para considerar a Alemania y al Imperio Austro-Húngaro como los mayores culpables de los acontecimientos que desembocaron en la Gran Guerra. En primer término, nótese que esa misma falta de imaginación de que habla MacMillan, también impidió a las potencias involucradas en el conflicto el ver que con el Siglo XX había llegado el final de los imperios que ya anunciaba la desintegración del Imperio Otomano. Así se demostró con la desparición de este último imperio, el imperio Austro-Húngaro y la monarquía rusa, bien durante la guerra o como consecuencia de la misma, según el caso. Es cierto que el Imperio Inglés y las posesiones coloniales de Francia se mantuvieron por un tiempo mayor pero, más temprano que tarde, los países que se encontraban sometidos a su jurisdicción lograron su independencia y optaron por manejar sus propios destinos.
Por tanto, la mayor responsabilidad de Alemania y el Imperio Austro-Húngaro, en relación con los hechos que desencadenaron la Gran Guerra, se evidenciaría de lo siguientes hechos: La de Alemania, principalmente, por aferrarse a la idea de obtener un reparto adicional de territorios para expandir su imperio a cualquier costo, alimentar una carrera armamentista que condujo a un estado de tension y preparación permanente de las grandes potencias para una eventual guerra, dar un cheque en blanco a Austrio-Hungría para que obtuviese su apoyo en cualquier eventualidad de guerra y, finalmente, por poner en aplicación el Schiefflen plan, el cual traía consigo la violación de la neutralidad de Bélgica y, como consecuencia inmediata, la intervención de Inglaterra en defensa de ésta. La del Imperio Austro-Húngaro, entre otras razones, por no tener la capacidad de hacer caso al creciente descontento que se estaba produciendo en los componentes poblacionales eslavos y de otras nacionalidades en sus dominios, por agravar este descontento con la anexión de Bosnia-Herzegovina para expandir tales dominios a costa de los despojos dejados por el Imperio Otomano, y por utilizar el asesinato del Archiduque Franz Ferdinand como excusa para acabar con Serbia y la cuestión eslava, dándole a este país un ultimatum con ciertas condiciones cuyos terminos en si mismos las hacían francamente inaceptables…
En pocas palabras, “THE WAR THAT ENDED PEACE. The Road to 1914”, un nuevo libro de la destacada escritora e historiadora, Margaret MacMillan, el cual contribuye grandemente a iluminar el conocimiento sobre los hechos que desembocaron en la Primera Guerra Mundial del Siglo XX, también conocida como la Gran Guerra (1914 – 1919), de cuyo inicio se cumplieron este verano los primeros cien años. Un libro cuya lectura recomendamos ampliamente, en el propósito de aprender lecciones que nos permitan contribuir a mantener un ambiente favorable a la Paz, en el mundo que nos ha tocado vivir. Veremos…