Promover la ética para fortalecer la democracia. El papel protagónico de la educación

 

 

 

 

 

 

 

 

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«Mientras que la democracia y quienes pretenden actuar como demócratas no asuman el compromiso de legítima defensa frente a los vicios que corroen este sistema y las amenazas que buscan su destrucción, la libertad estará en peligro y el totalitarismo tendrá campo fértil para su desarrollo. ..»

 

José Ignacio Moreno Leon
Anàlisis Libre Internacional, Madrid

El deterioro de la democracia y la confrontación entre democracia y totalitarismo son en la actualidad  temas de frecuente discusión en el ámbito de los análisis políticos y sociales, especialmente en el contexto latinoamericano.

Son varias las causas que se señalan como las más directamente vinculadas a la disminución del valor de la democracia como sistema político, capaz de proteger los derechos individuales y convertir las aspiraciones populares en políticas públicas que satisfagan esas demandas.

El notable resquebrajamiento que en las últimas tres décadas se aprecia de los sistemas de partidos y del liderazgo político, la ineficiencia de la gobernanza democrática para satisfacer las aspiraciones de la sociedad, el incremento del manejo poco ético de la gestión pública reflejado en escandalosos casos de corrupcion, el surgimiento de la demagogia populista y la incapacidad del sistema para responder oportunamente a las amenazas y demandas planteadas por las nuevas realidades globales, lucen como las causas fundamentales que están afectando el desempeño de la democracia y por ende erosionando el apoyo popular a esta forma de preservar la libertad y de hacer política y gestionar el gobierno.

Frente a la referida crisis de la democracia se han fortalecido tendencias autoritarias y totalitarias que obligan a interpretar el presente al margen de los obsoletos paradigmas de la Guerra Fria, por lo que ya no podemos referirnos a las viejas etiquetas ideológicas de derecha e izquierda. Ahora se impone una postura de legítima defensa de la democracia frente a las amenazas de  corrientes populistas y dictatoriales que, a pesar de sus fracasos,  están resurgiendo en la región, y que conjuntamente con la insurgencia  del globalismo  y el progresismo  buscan la destrucción de la libertad para imponer su visión totalitaria en lo político y en lo económico, con postulados y principios  destructores de la democracia  y del Estado Nacion que chocan con los valores constitutivos de la civilización occidental.

Se requiere entonces  avanzar hacia una genuina democracia en la que la libertad y los principios democráticos se conviertan, con la educación, en la norma de conducta ciudadana y por ende de la sociedad civil, cuyo accionar es fundamental para combatir todo aquello que pueda socavar la institucionalidad democrática. Pero para lograr ese objetivo de defensa de la democracia frente a las amenazas internas y globales es fundamental promover los valores morales y principios éticos como valiosos activos del conglomerado social. Es decir, solo en una sociedad con elevados niveles éticos y de educación ciudadana y patriotismo -que se reflejan en sólidas manisfestaciones de honestidad y capital social-, es posible asegurar la fortaleza de la democracia como sistema político fundamentado en la libertad y capaz de garantizar, los derechos ciudadanos, tanto en el orden político, como en el ámbito civil, en un entorno de economía social de mercado.

Lo anterior supone entender con claridad el sentido de la moral y la ética y su aporte a la fortaleza de la democracia. Recordar que la moral  tiene que ver con las normas y principios que  rigen el comportamiento de los integrantes de una sociedad, tales como la libertad, la solidaridad, el respeto mutuo y la igualdad; mientras que la ética, como integrante de la filosofía, valora y estudia las diferencias entre el bien y el mal y puede entenderse como la defensa de un ideal de relaciones humanas para asegurar una vida digna y de calidad.

 

Como señala Savater la moral es un conjunto de juicios relativos al bien y al mal destinados a dirigir la conducta de los humanos y que algunos sabemos aceptar como válidos, mientras que la ética es el arte de vivir correctamente, es el estudio “filosófico y científico de la moral, y es teórica mientras que la moral es práctica”. Así la ética en el comportamiento democrático  debe entenderse como el mecanismo que facilita las relaciones de convivencia y armonía entre los integrantes de una sociedad y aseguran la madurez del sistema político. Los elevados valores éticos y morales son fundamentales para que los actores políticos y la sociedad civil  entiendan su responsabilidad protagónica como activos agentes para garantizar el correcto funcionamiento de la política y de las instituciones del Estado.

Mientras que la democracia y quienes pretenden actuar como demócratas no asuman el compromiso de legítima defensa frente a los vicios que corroen este sistema y las amenazas que buscan su destrucción, la libertad estará en peligro y el totalitarismo tendrá campo fértil para su desarrollo. Por ello la única salida para que perviva la democracia es promoviendo la ética y elevados principios morales, la ciudadanía y el patriotismo como pilares de la libertad. Estas son condiciones fundamentales para que los actores políticos entiendan su responsabilidad para asegurar el limpio juego democrático y para que los ciudadanos sean activos agentes capaces de velar por la transparencia y eficiencia en el ejercicio político y de gobierno. Solo así se podrá renovar la fe cívica y reconstruir la fe en la política, condiciones fundamentales para asegurar la eficiente gobernanza democrática.

Edgar Morin en su propuesta de los siete saberes básicos para la educación del futuro, al referirse a la promoción de la ética del género humano aclara que no se trata solo de una ética individual, sino del propio grupo al que se pertenece para que se comporte en forma moral en el contacto con otros, es decir una ética valida para todo el género humana, similar a los derechos humanos, pero en término de obligaciones humanas.

 

Se requiere entonces la visión de una educación que enseñe aprender a vivir y que debe desempeñar un papel protagónico en el fortalecimiento y defensa de la democracia, lo que implica superar las deficiencias pedagógicas de todo el sistema educativo para impulsar los aspectos ético políticos en todos los niveles del mismo, desde el preescolar como en la formación profesional, promoviendo una moral laica y una reflexión ética  sobre los derechos y deberes que comprenden la formación cívica como baluarte fundamental frente a las amenazas populistas y las tentaciones autoritarias. En la educación superior y universitaria es necesario romper con la concentración en solo objetivos utilitarios o mercantilistas y de formación profesional para acentuar un modelo de pedagogía de educación en valores, como compromiso de instituciones educativas socialmente responsables para formar profesionales integrales, solidarios, con conciencia social y ecológica y que como genuinos demócratas ejerzan comprometidos con el bienestar colectivo.

Pero la promoción de los valores morales y éticos  para fortalecer la cultura democrática en un estado de derechos y deberes con elevados activos de capital social, no puede ser solo objetivo fundamental del sistema educativo formal, debe involucrar a toda la sociedad organizada, a los medios de comunicación, instituciones culturales, sindicatos y gremios, las organizaciones religiosas, y especialmente el núcleo familiar como célula fundamental de la sociedad.

 

A propósito conviene señalar que desde los tiempos de Platón hasta Cicerón y desde Maquiavelo hasta Rousseau siempre estuvo planteada la necesidad de educar a los ciudadanos y de inculcar las virtudes políticas en los jóvenes. Recordar además que cuando se produjo el colapso de la primera democracia que registra la historia, surgida en el siglo V a. C. en la ciudad-estado de Atenas, Jenofontes, discípulo de Sócrates, filósofo, historiador y cronista de su tiempo, al referirse a las causas de esa debacle las explicó con una sentencia histórica por su valor contemporáneo, indicando que esa institución -que duró casi dos siglos- fracasó por que quienes tenían el poder no eran los mejores y más instruidos sino los más estupidos e ignorantes.  

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