Miguel Bolívar Chollet *
En el artículo pasado destaqué algunos tópicos: El primero, que la noción de dictadura es tan vieja que puede rastrearse hasta los tiempos del antiguo Imperio Romano. El segundo, que perduran claras diferencias entre ese concepto original y las dictaduras que existen actualmente o que han existido al menos durante los últimos cien años. Hubo un tercer aspecto que quedó apenas bosquejado y es el que se refiere a que no todas las dictaduras son iguales como para ser englobadas bajo la misma etiqueta conceptual. Por ello ofrecimos mostrar una serie de rasgos concurrentes tomados de diversas experiencias históricas las cuales, en su conjunto, permitirían imaginar una plantilla o patrón de dictadura.
Ha surgido, sin embargo, un elemento que modifica la propuesta anunciada ya que nos hemos tropezado con un razonamiento que introduce una carga considerable de ambigüedad al definir la condición dictatorial de un régimen. Es la opinión expresada por Robert D. Kaplan en su artículo “What is a dictator?” (¿Qué es un dictador?) cuyo contenido obliga a desviarnos de nuestra agenda para analizar la argumentación de su autor. El artículo en cuestión fue publicado en la sección “Global Affairs” del dominio Stratfor que puede ser localizado en @stratfor en Twitter o Stratfor en Facebook.
De acuerdo con Kaplan, algunos de los regímenes conocidos no arrojarían dudas sobre su valoración como dictadores y autoritarios. Tal es el veredicto respecto de, por ejemplo, Hitler, Stalin y Mao Tse Tung. Al respecto, Kaplan asoma el criterio de que la cualidad de dictatorial debe estar mediada por la virtual existencia de dos planos: uno moral restringido y otro utilitario más amplio. En términos morales un dictador puede ser calificado como tal e incluso genuinamente censurado por su conducta autoritaria. En efecto, es inadmisible que se toleren las torturas, las desapariciones, los “suffocating levels of repressión…” Sin embargo, en el plano utilitario más inclusivo, vale decir, en el de las obras y realizaciones concretas, como jefes de Gobierno, algunos dictadores han alcanzado logros económicos y sociales incuestionables. Cita entonces, por ejemplo, el caso de Augusto Pinochet en Chile cuyos pretendidos éxitos en materia de creación de empleos; de reducción de la mortalidad infantil y de la disminución de los niveles de pobreza fueron tan significativos que apelar al recurso moral para censurar a Pinochet como un dictador no sería algo totalmente convincente.
Kaplan agrega otros casos en los cuales se presentaría la misma “irritante” (“Vexing”) situación de tener que desaprobar moralmente la gestión de un dictador cuando en realidad el asunto no sería tan simple como trazar una línea divisoria entre lo blanco y lo negro. En ese sentido, Kaplan menciona a Deng Xiaoping (en China), a Lee Kuan Yew (en Singapur) y, como ya advirtiéramos, a Pinochet en Chile. De ahí que, a pesar del señalamiento del carácter dictatorial y autoritario de Deng, así como de su autorización de la matanza de los manifestantes en la Plaza de Tiananmen, Kaplan llega al extremo de afirmar que conceptuaría a Deng como uno de los grandes hombres del Siglo XX al lado de Winston Churchill y de Franklin D. Roosevelt. Pareciera entonces inferirse del planteamiento de Kaplan que hay dictaduras buenas y dictaduras malas. ¿Cuáles serían entonces los méritos de los “buenos” dictadores? En el caso de Deng, haber conducido a China hacia una economía de mercado; haber elevado el nivel de vida y haber propiciado muchas libertades personales en un período verdaderamente breve. En el caso de Lee, por haber transformado en treinta años el estándar y la calidad de la vida de Singapur hasta el punto de convertirla en una de las economías más prosperas del mundo occidental. Todo ello a pesar de haber exhibido niveles de pobreza como los de los países africanos más atrasados Por consiguiente, sostiene Kaplan, dividir al mundo en términos de blanco y negro, esto es, entre dictadores y demócratas, hace que se pierda de vista la complejidad de la situación.
El fundamento para valorar la “bondad” de una ejecutoria dictatorial y autoritaria sería -según Kaplan- los logros económicos y de calidad de la vida. Al margen de que los dictadores pudieran haber suprimido las libertades individuales, pudieran haber aplicado los métodos más brutales de tortura, de persecución de asesinatos y de “desapariciones”. Uno se sentiría tentado a inferir que para Kaplan “lo económico” es más importante que la libertad, que la dignidad y que la justicia. Si lo anterior es cierto, faltaría poco para eximir las perversidades de muchos dictadores con el argumento de que durante sus gobiernos la ciencia y la tecnología avanzaron a pasos agigantados. O que la física atómica o la biología molecular hicieron progresos sin precedentes. O que los avances de la medicina y de la química farmacéutica fueron imponentes gracias al empuje que se les dio en sus mandatos. Me pregunto si ese criterio pudiera también deslizarse hasta el escenario de que muchos de esos avances se lograron con experimentos realizados con seres humanos en sitios como Auschwitz, Dachau, Treblinka y muchos otros campos de concentración y exterminio durante la Segunda Guerra Mundial.
El escrito de Kaplan es tan ambiguo que modificó el plan original de presentación del tema que ocupa a estos artículos. En consecuencia, dadas las limitaciones de espacio para completar el esquema previsto inicialmente, habría que comprometerse a una tercera entrega. Eso es lo que haremos para proponer lo que a nuestro juicio constituyen los parámetros que, hoy por hoy, definen una dictadura.
* Profesor Titular Jubilado de la UCV y Doctor en Ciencias Sociales (Mención Estudios de Población).