Juan José Monsant Aristimuño
La intención de esta entrega fue la de reflexionar sobre la crisis de identidad por la que atraviesa la Iglesia Católica como institución terrenal. De hecho, me acuesto con las últimas noticias de Mega News, ya al filo de la medianoche, cuando el presentador Mario Andrés Moreno abre el espacio con una nota que me espabila: “Y asómbrense, esta tarde la policía arrestó a dos sacerdotes católicos que mantenían relaciones sexuales dentro de un auto, en la muy concurrida Ocean Avenue de Miami Beach. Uno de ellos pertenece a la Diócesis de Chicago y el otro a la de un pueblo mexicano…” , y continuó con detalles irrelevantes que incluía una explicación del policía que los arrestó.
Lo de compartir unas reflexiones sobre la Iglesia católica, sigue en pie; pero debo elaborarla finamente para evitar maleables interpretaciones, que no es la intención; y que por cierto, no tienen nada que ver con el hecho insolente de este par de pícaros, más cercano a las irreverencias de la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que a sus dudosas investiduras.
De modo que muy a mi pesar regreso a la noria política latinoamericana. La maldita suerte de tener que repetirse y repetirse hasta la idiotez existencial, como si le hubiéramos robado el fuego a los dioses y el castigo recibido fuese el eterno regresar, nunca el llegar. Un simple reciclaje del poder a la manera incaica o borbónica, o quizá esa coincidencia fue lo que marcó nuestra fatalidad.
El hecho es que esos valores atribuidos a Occidente, sustentados en la cultura latina greco-judeocristiana como la libertad, la dignidad, la democracia, el orden legal y la soberanía popular, pareciere que llegó con cierto retardo a nuestra región; asumidos más por influencia de la Ilustración, presente en las élites del Nuevo Mundo, que por convicción. Luego por moda, las democracias triunfaron sobre el nazismo, el fascismo y la tiranía soviética, ¿y el “SPQR” romano dónde quedó en esta parte de América, al igual que los Derechos del Hombre y del ciudadano de la Revolución Francesa y la Constitución de los Estados Unidos de 1787 con el “Nosotros el pueblo…”? Pues simplemente en el papel donde se escriben.
Se constata todos los días la vocación de permanencia en el poder público por parte de quien lo ejerce, soslayando los Tratados firmados y aprobados con la comunidad internacional; en especial aquellas normativas que se refieren a los Derechos Humanos, la democracia y el ejercicio de la soberanía popular. A Chávez le molestó la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se retiró de ella y no pasó nada, luego Maduro se retiró de la OEA y tampoco pasó nada. Daniel Ortega le pareció impertinente el informe presentado por una Comisión de Derechos Humanos, y la sacó del país; luego prohibió que una misión de las Naciones Unidas visitara Nicaragua. El presidente Jimmy Morales puso fin a la Comisión Internacional Contra la Impunidad en Guatemala (CICIG) e impidió, por vía administrativa, que su Comisionado el jurista colombiano Iván Velásquez Gómez, quien se encontraba en Washington, pudiera ingresar al país.
En El Salvador, en esa obsoleta obsesión estatista de origen marxista, seproponen zonas económicas exclusivas de desarrollo, donde excluye al sector privado nacional !Qué despropósito y contradicción!; al tanto que se debe elegir a los nuevos integrantes de la Suprema Corte, y lo que prevalece no son las cualidades jurídicas de los candidatos, sino su militancia política; esto ya no es un despropósito sino un crimen contra la soberanía y la propia existencia del país.
Centro y Suramérica ignoran a las Organizaciones internacionales a las que pertenece, porque ellas no prevén sanciones contra los países que violan sus normas. La tiranía de Venezuela por ejemplo, está provocando la mayor desestabilización regional conocida hasta el presente, capaz de generar un conflicto bélico asimétrico generalizado entre grupos narcotraficantes, castristas y proiraníes contra los países democráticos de la región, y no solo los fronterizos, y la respuesta continental ha sido declarativa, de buenas intenciones y llamados. Algo hay que cambiar, definitivamente, o perecemos en el intento.