por Gustavo Coronel / Washington
Desde 1999 Venezuela vive y duerme con un cadáver arbitraria y erroneamente identificado como revolución. Este cadáver político es personificado por un paracaidista inculto, sin preparación alguna para las tareas de gobierno, llamado Hugo Chávez Frías. Su llegada al poder hizo posible la transformación de un mandato normal en un proceso grotesco al cual se le llamó revolución, en burda imitación de lo hecho por Fidel Castro en Cuba hace más de medio siglo.
Después de todos estos años de progresiva putrefacción el cadáver – misericordiosamente – se ha apergaminado, como le sucedió a la madre de Norman Bates, el protagonista de “Psycho”. Ya son pocos, Chávez y su escaso entorno íntimo, quienes siguen hablando de la “revolución” como si estuviese viva. El proceso politico venezolano existente consiste en primitivas acciones de sobrevivencia en el poder, no importan ya las maneras de hacerlo ni el impacto que las decisiones que se toman puedan tener sobre el futuro de la nación. Es un proceso hasta ahora exitoso en su objetivo de poder, debido a la naturaleza poco ilustrada e indiferente de amplios sectores de nuestra sociedad y a la habilidad del paracaidista para mezclar una política de dádivas con promesas populistas, con la coacción y hasta ingredientes pseudo-religiosos que explotan la superstición de nuestro pueblo.
Lo que fué bautizado como una revolución se reduce a un caudillaje al estilo del siglo XIX, eso sí, con grandes cantidades de dinero petrolero. Como resultado de esa orgía de dinero y de la total carencia de transparencia, Venezuela es hoy en un centro de corrupción y de inmoral desenfreno como no se había visto nunca antes en nuestro hemisferio.
Lo que motiva esta reflexión no es tanto hablar del cadaver llamado revolución, pués ese ya tiene algun tiempo en una silla de ruedas, acumulando el polvo de la indiferencia o hasta el desdén de quienes viven con el. Nuestro motive de reflexión es la gente, nosotros los venezolanos, quienes hemos consentido en vivir y dormir con este cadáver en descomposición por largos años. Independientemente de las razones que hayamos tenido para consentir en esta perversión el resultado sobre la psiquis colectiva es el mismo: a través de ese contacto, la sociedad venezolana ha adquirido el hedor de la muerte y de la putrefacción, un fétor que tardará mucho tiempo en desaparecer, aun años después que la momia que lo causa haya sido enterrada.
La sociedad venezolana está impregnada del fétor de la muerte moral.
Esta etapa de trece años podrá, inclusive, extenderse un tanto más. Digamos que puede llegar a ser de 15-20 años. A pesar de su horror podría ser considerada como historicamente breve. Pudiera pensarse, por lo tanto, que una vez superada, la sociedad venezolana estaría en capacidad de reanudar con rapidez una vida normal. Eso, lamentablemente, no es así. Un ser humano sometido a una experiencia aterradora, a un proceso de degradación física y espiritual, tarda mucho tiempo en recuperarse, aun después que haya cesado la causa directa de su degradación. En el caso de la sociedad venezolana el efecto es similar, quizás peor. Y lo será porque tenemos que ir a buscar la causa de nuestra degradación social en nosotros mismos. No fué una imposición la que nos llevó hacerlo. Fué el producto de una decisión colectiva conciente – activa o pasiva – lo que llevó a la sociedad venezolana a vivir y dormir con un cadáver putrefacto por estos largos años. Aun quienes se opusieron a esa perversión y actuaron dignamnte título individual no pudieron hacer, como sociedad, lo que hubiera sido necesario para impedirlo.
Esa decisión colectiva desnudó nuestra naturaleza como pueblo. Me lleva a preguntar donde quedaron aquellos sueños de grandeza de la sociedad democrática que emergió de la noche perezjimenista, aquella sociedad que tuvo líderes de prestigio continental, la que comenzó a constituir una clase media ilustrada y progresista, ayudada por el maravilloso empujón que le dió la inmigración europea de la post-guerra. La desaparición abrupta que ha experimentado esa sociedad nos hace pensar en las líneas de Keats: “Donde están los cantos de la primavera, adonde fueron?”. Pero a diferencia de Keats, quien nos recomienda: “No pienses más en ellos, tu también tienes tu música”, no logro encontrar música redentora alguna en este trágico arroz con mango que es la sociedad venezolana de hoy.
La sociedad venezolana deberá caminar por mucho tiempo con el pesado fardo de su sentido de culpa. Le pesará doblemente porque ha probado tener estrechos hombros. Algo deberá suceder en el futuro, algo que no vemos en el horizonte aún, para que los venezolanos podamos quitarnos de encima el olor a muerte y putrefacción y podamos encaminarnos de nuevo, con la frente en alto, hacia la grandeza.