¿Cómo converir las elecciones en protesta sin que dejen de ser elecciones?

por Fernando Mires

La política es un espacio de confrontaciones múltiples en el cual se desenvuelven los antagonismos destinados a dirimir la lucha por el poder, lucha que no tiene final. Y porque la política es lucha, aparecen cada cierto tiempo en ella personas o grupos que, como en el fútbol, realizan verdaderas jugadas maestras las que se muestran «bajo la luz de lo público» (Arendt) de modo retórico y gramático.
La política no es un arte pero contiene dos artes. Uno es el de separar; el otro es el de unir. Para poner un ejemplo, la frase coreada por el pueblo alemán de la ex RDA -«Nosotros somos el pueblo»- estaba destinada a separar el pueblo de sus dictadores. La frase de Willy Brandt, después de la caída del muro -«crece junto lo que pertenece al mismo tronco”- perseguía el propósito de unir políticamente a dos naciones que histórica y culturalmente eran una sola.
En la vida políticamente bien regulada, el arte de unir y el de separar son practicados de modo preferencial en esos momentos culminantes que son las elecciones. En cada elección, sea presidencial, parlamentaria o comunal, el pueblo se parte (se separa) y se une. De ahí que mientras menos sea la cantidad de las partes mayor suele ser la intensidad de la lucha política.
Si no hubiera elecciones sólo habría revoluciones. Eso quiere decir que en las democracias las elecciones sustituyen a las revoluciones. Pero para que las sustituyan deben integrar en sí muchos elementos propios a las revoluciones. En efecto, a través de las elecciones, cambiamos políticos e incluso derribamos gobiernos. Y para lograrlo, nos separamos y nos unimos entre nos-otros en contra de los otros.
Las elecciones son, luego, medios destinados a canalizar la protesta pública de un modo no violento. La campaña electoral a su vez, es el medio mediante el cual los candidatos intentan canalizar a su favor las protesta pública en contra de quienes en el poder intentan desactivarla. Esa es la razón por la cual desde la oposición la política es más ofensiva que defensiva y desde el gobierno más defensiva que ofensiva.
Hay por supuesto momentos en que a determinados gobiernos democráticamente elegidos no interesa demasiado desactivar, sino solo reprimir las protestas públicas, sobre todo cuando éstas no representan la voluntad mayoritaria. Tomemos dos ejemplos recientes: el aplastamiento violento de las protestas en dos países en vías de democratización como son Egipto y Turquía.
Tanto el presidente egipcio, Morsi, como el presidente turco, Erdogan, saben que las movilizaciones laicas y citadinas no representan a la mayoría del país y que con ellas o sin ellas la gran votación está asegurada en los campos y en las regiones más remotas de cada nación. Y como las recientes protestas no cuestionan el poder político, ambos mandatarios, en lugar de dialogo, ofrecieron palos.
Distinto en las recientes movilizaciones sociales brasileñas frente a las cuales la presidenta Rousseff entendió que estaba a punto de perder parte de su capital electoral. Fue esa la razón por la cual, a diferencia de sus colegas musulmanes, se mostró conciliadora y abierta, intentando incluso integrar las protestas a la política de gobierno. Si lo ha conseguido, es otro tema.
Hay por cierto también ejemplos en los cuales las elecciones transcurren sim trasfondo de protesta pública. Pienso en Alemania. Allí nadie ha podido encontrar todavía la gran diferencia entre el programa del candidato socialdemócrata Steinbrück y el de la canciller Merkel. Bajo esas condiciones las elecciones no pasan de ser un trámite rutinario. Lo dicho no es -entiéndaseme- ninguna crítica. Después de todo, vivir protestando no tiene por qué ser una condición antropológica. Hay cosas más importantes en la vida que la política. Siempre lo he sostenido.
Radicalmente distinto ha sido el caso de las dos elecciones presidenciales ganadas por Obama en los EEUU. Obama logró, efectivamente, integrar electoralmente tres protestas muy profundas frente a las cuales cualquier gobierno republicano habría sucumbido. Primero, la protesta en contra de  las guerras que marcaron la administración Bush, la que amenazaba revivir los días de las luchas políticas en contra de la guerra en Vietnam. Segundo, la protesta por la desintegración social en contra de un estado con débiles competencias sociales (en el campo de la salud, por ejemplo). Tercero, la protesta étnica de los emigrantes, sobre todo los «latinos», en contra de la discriminación social y racial.
En cualquier país sin la solidez de la democracia estadounidense, el entrecruce de esas tres protestas habría bastado para producir una gran revolución. Por mucho menos los franceses cambiaron el curso de la historia universal. Convertir las protestas en elecciones y las elecciones en protestas es, definitivamente, un arte. Y no quepa duda: un arte –en el buen sentido del término- contra-revolucionario.
Hay, por cierto, protestas que por lo menos durante un tiempo no son posibles de ser canalizadas electoralmente. Es el caso de la de los estudiantes chilenos.quienes, para que nadie creyera que solo los brasileños salen a las calles, volvieron a llenar las calles de Santiago. En verdad, ya llevan dos años peleando por objetivos que no son demasiado difíciles de cumplir. Es por eso que Bachelet, siguiendo el ejemplo de su colega Rousseff, intentará  integrar a su campaña electoral y después a su eventual gobierno, algunos temas planteados por las protestas estudiantiles. Probablemente ella y su «nueva mayoría» lograrán lo que no pudo lograr Piñera. Si no integrar a las protestas -hay quienes seguirán protestando pues identifican a Bachelet como miembro de la clase política «neoliberal»- por lo menos dividirlas entre quienes votarán por Bachelet y quienes no votarán, o lo harán por algunos de esos candidatos exóticos que en Chile suelen abundar. Reforma educacional, reforma del sistema impositivo, reforma del sistema bi-nominal, cambio o reforma simbólica de la Constitución, y basta. La tarea histórica del futuro gobierno, cualquiera que sea, ya está programada gracias entre otros factores, a los estudiantes. Que algunos de ellos, o sus ideólogos, no persiguen esas pocas reformas sino un cambio en el sistema solar, es harina de otro costal.
Mucho más complejas y problemáticas serán las elecciones para alcaldes que tendrán lugar en Venezuela el 8 de diciembre de 2013. En esas elecciones, al igual que las que ganó Obama, se cruzarán diversas protestas. Las principales parecen ser las siguientes: Protesta en contra del alza de precios y la escasez de productos. Protesta en contra de la corrupción administrativa. Protestas en defensa de las universidades. Protesta en contra de la violación permanente de libertades democráticas. Protesta en contra del fraude electoral cometido en las elecciones presidenciales del 14 de Abril de 2013.
¿Cómo conciliar en simples elecciones locales destinadas a elegir alcaldes, protestas de tan diversa índole, incluyendo aquella que pone en duda la legitimidad de las propias elecciones? Si la oposición logra unirlas, habrá realizado una obra de arte: la de transformar las elecciones en subversión nacional, pero sin que las elecciones dejen de ser elecciones.
Parece entonces que estamos frente a un hecho histórico inédito. Por primera vez en la vida latinoamericana, una simple y ordinaria elección alcaldicia, transformada en plebiscito por ambos bandos, será más decisiva para la historia continental que muchas elecciones presidenciales que han tenido y tendrán lugar en otros países de la región.
Dios, si existe, escribe con letras torcidas. Al menos así parece al ser humano, ejemplar que, como decía Kant, está hecho de muy torcida madera.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *