Del partido comunista de Cuba

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Américo Martín @AmericoMartin

Concluyó el  VIII Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC) y, aparte de la entronización de Díaz-Canel en  la cumbre del Estado y del PCC,  no se aprecian cambios visibles.

¿Pero acaso la salida de Raúl Castro de las cúpulas del mando  no es, de por sí, importante? ¡Por supuesto que sí! En un país gobernado en forma caprichosa y totalitaria durante más de 60 años, es demasiado obvio que no pueda recibir con indiferencia la muerte del caudillo principal y el retiro del segundo. Más que importantes esos hechos son  trascendentales.

Recordemos que desde el VI Congreso del PCC el menor de los Castro ocupaba legal y plenamente el lugar hegemónico como Presidente de la República y Primer Secretario del partido. Fidel dominó total y personalmente todos las grandes reuniones del partido, hasta el V Congreso, porque en el siguiente, el VI, fue completamente  desplazado por Raúl, al frente de una pléyade de figuras emergentes.  Se dijo que estaba gravemente enfermo, pero sin negarlo, quizá se haya manipulado un poco la inminencia, para atenuar el impacto de su muerte en el ánimo y las convicciones de quienes estaban acostumbrados -que no conformes- con el crudo totalitarismo en ejercicio por más de seis décadas.

El viraje que pre anunciaba Raúl partía de la urgencia de atender el deterioro acelerado de la vida de los cubanos. Raúl estaría más convencido que Fidel, al punto de postular la muerte del centralismo dedocrático y excesivo del aparataje administrativo, todo en el marco de la nueva línea programática que hizo aprobar en el ya mencionado VI Congreso.  El centralismo excesivo no solo estranguló la iniciativa individual, también hundió a las empresas estatales y a la Administración Pública. En tono alto, aspecto esencial de la “apertura” que anunció el nuevo mandamás, quien con ánimo expansivo lanzó un paquete que supuestamente aceleraría su reforma, tanto por la vía de reducir el gasto como estimulando la inversión privada e internacional. Se eliminaron los comedores populares golpeando sin compensación a más de 3.500.000 personas, que se alimentaban cada día en 24.700 comedores obreros.

Esta drasticidad no podía dar resultado si el improductivo modelo socialista no experimentaba un viraje decisivo. Los asesores de Raúl, autores principales del cambio propuesto, estarían convencidos de que con dicho modelo todo se iría al diablo, por lo que enfatizaron la necesidad de continuarlo… aunque solo como referencia vacía. Pero en todo caso, la estrategia fracasó y es la causa de que diez años más tarde, el VIII Congreso haya sido convocado repitiendo, sí, “repitiendo” las urgencias sociales que abruman a los cubanos.

¿Fracasó entonces el modelo raulista de revisión del dogmático discurso fidel-socialista?

Se puede decir de ese modo y arriesgar la opinión de que en último término tiene que ser la causa del cambio que envía “a las duchas”  al Castro menor y consolida a Díaz-Canel como nuevo Presidente de la República y primer secretario del PCC.

Visto así, es evidente que se trata de un viraje profundo que quizá acarree notables cambios políticos. Simplemente recordamos los impresionantes acuerdos sellados por los presidentes Obama y Castro, y las aperturas del Presidente Biden, quien más rápido que tarde ha cambiado la política y la imagen guerrera del presidente Trump, además de relievar a Barak Obama y su estilo.

Se fue, pues, Raúl. Díaz-Canel fue casi coautor del viraje postulado en el VI Congreso. Antes de este personaje disparado al poder, y seguramente para completar lo que le faltó a Raúl, se hablaba del economista Marino Murillo, ascendido meteóricamente al Buró Político del PCC en el Congreso, por primera vez dominado por Raúl y sin injerencia alguna  de Fidel.

No es fácil anticipar cuál será el equipo de civiles y de militares que acompañará al nuevo liderazgo, hay varias figuras de extensa y accidentada vida alrededor del poder. No es difícil descubrir por qué ha sido bien reconocido el veterano José Ramón Machado Ventura. Machado ha sido un raulista tradicional, más bien dogmático y ortodoxo, por lo que debería ser incompatible con el significado de los nuevos líderes. Pero, por otra parte, un elemental sentido de la política recomendaba no arrollar a Raúl después de su salida del poder. Ventura sería en ese sentido -posiblemente- una prenda para evitarlo. Su situación es inestable, es incompatible con la nueva generación, pero puede ser útil para contener los posibles excesos de la transición. No se observa ansiedad por resolver inmediatamente este caso.

Más interesante es Ramiro Valdés, expulsado del Buró Político, por presión de Raúl, con quien tenía un grave enfrentamiento, que no llegó a más porque Fidel lo protegió enviándolo a China. A su regreso, algunos pensaron que el presidente Raúl podría enviarlo a mejor vida, hizo exactamente lo contrario. En China, Valdés se había acercado al socialismo de mercado y, como en lo mismo andaba Raúl, operó una de esas sorpresas a que nos acostumbra el oficio político. Raúl lo reintegró a las más altas posiciones,  buscando -sin duda- mediación con China, con los comandantes históricos, uno de los cuales era Valdés y, aprovechando su larga y polifacética experiencia. ¿Qué pasará ahora con él, cuando Raúl ceda el poder al nuevo liderazgo?

Concluyamos refiriéndonos a la admisión de la insoluble crisis que, en el orden social, aplasta cada vez más a los cubanos y que no han podido mitigar tres congresos del partido comunista. Ni los dirigentes más experimentados han podido cerrar esa úlcera purulenta que, por cierto, incide todavía con más crudeza en el precario socialismo chavista.

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