Alvaro Vargas Llosa *
La precampaña brasileña para los comicios de octubre se ha puesto súbitamente interesante. Dilma Rousseff, que tenía una ventaja apabullante, ha caído a 38%, seguida del socialdemócrata Aecio Neves (centroderecha) con 16% y el socialista (ex aliado del gobierno y ex gobernador de Pernambuco) Eduardo Campos con 10%. Flota en el ambiente la idea de que Dilma es vulnerable y que la segunda vuelta, siempre imprevisible, será inevitable.
Pueden afirmarse dos cosas. La primera es que el “modelo” brasileño asociado a la dupla Lula-Dilma ha dejado de ser cuestionado sólo en la elite financiera internacional y ahora lo es también en la clase media. La segunda es que la sombra ética que oscurecía a Lula y al PT pero no a Dilma empieza a quitarle brillo también a ella. A eso ha contribuido mucho el escándalo de Petrobras.
En 2006, siendo presidenta del directorio del gigante energético estatal, Dilma y los demás directores autorizaron la compra de un porcentaje de una refinería estadounidense que pertenecía a la empresa belga Astra Oil. Lo hicieron sin un “due diligence” prolijo. Cuando quedó claro que habían cometido un error, descubrieron que el contrato los obligaba, mediante el ejercicio de una opción “put”, a comprar el resto de la refinería. Dilma se opuso, lo que le valió a Petrobras un litigio que no podía ganar. El resultado fue que la empresa brasileña terminó pagando más de 1,200 millones de dólares por unas instalaciones que hoy no valen ni 200 mil.
Aunque esto no tendrá para Dilma consecuencias penales, las acusaciones de la Procuraduría de Cuentas -que se han filtrado a la prensa- y los pedidos de las bancadas de oposición y de la prensa para que el Parlamento abra una investigación han golpeado a la mandataria. La idea de que había hecho una gestión competente a la cabeza de Petrobras pierde fuerza.
El escándalo ha reforzado esa sensación de incompetencia, ética laxa y marasmo que despierta el “modelo” en sus hijos.
¿Qué hijos? Esencialmente los de la clase “C”, o sea la clase media baja. Aunque Dilma tiene allí bastante apoyo y Aecio Neves, nieto de Tancredo Neves, aun enfrenta obstáculos para hacer el “click” emocional definitivo con él, dicho sector empieza a ser una amenaza para la reelección.
No es difícil entender por qué. La clase media creció en 30 millones de habitantes en una década y durante años vivió del crédito de consumo. Pero la fiesta se acabó: gastan hoy 24% de sus ingresos en pagar deudas, igual que los hogares estadounidenses antes de la crisis de 2008. Como la economía ha dejado de crecer, el globo consumista se está poco a poco desinflando.
Esa clase media en ciernes ya tenía un entredicho con el Estado, como se vio a mediados del año pasado, cuando cientos de miles de personas salieron a protestar contra la mala calidad y el precio de los servicios, así como el despilfarro fiscal. Ahora el malestar se profundiza por lo resumido anteriormente. El resultado es que dos tercios de la población dicen a los encuestadores que quieren “un cambio”.
Por el momento Neves no rompe la barrera que lo separa de Dilma. Tampoco Campos, aunque a este candidato Dilma le teme especialmente porque, habiendo sido aliado del gobierno y teniendo una raigambre socialista, podría, a diferencia del candidato socialdemócrata, convencer al electorado de que no le infligirá un castigo para poner orden en casa.
En cualquier caso, bienvenido este nuevo escenario. El “modelo” brasileño necesita a gritos una buena discusión y sólo una campaña muy reñida podrá masificarla.
- Dorector del Centro Para la Prosperidad Global de The Independent Institute, columnista de importantes medios a nivel internacional.