por Gabriel Lerner / Editorial Director, HuffPost Voces (huffpostvoces.com)
¡Qué semana!
Siete días atrás, la vida nacional parecía encaminada hacia un apacible curso. No sin sobresaltos. No sin dramatismo; no sin enfrentamientos. Éstos se concentraban sin embargo en Washington, en donde se comenzaban a desencadenar los resultados políticos de la victoria de Barack Obama.
Como el resto de los medios, esta redacción se preparaba para cubrir lo previsible. En la semana, se anticipaba la votación por expansión de la revisación de antecedentes previo a la venta de armas para incluir también ventas privadas.
Y el plato principal: el inicio del debate parlamentario sobre la reforma migratoria.
Para los latinos, este viernes iba a ser un día de fiesta, en el tema que los define y diferencia del resto de la población del país.
Entonces, el lunes 15 de abril, llegó la tragedia, el pánico.
Magnificados por la sorpresa y la incertidumbre.
Dos bombas estallaron cerca de la línea de llegada de la tradicional maratón de Boston.
La sopresa, porque nadie – ni la percepción pública, ni los medios de comunicación, ni la clase política y peor, ni las agencias de inteligencia – lo esperaban.
Y la incertidumbre, porque durante largas horas la acción tuvo más, muchos más interrogantes que respuestas. ¿Quién fue? ¿Al Qaeda? ¿Milicias locales? ¿Algún desquiciado? ¿Era el país vulnerable? ¿Se venían más ataques terroristas? Parecía que sí.
Fue el primer acto exitoso de terrorismo en Estados Unidos bajo el gobierno de Barack Obama.
Con el correr de las horas se comenzaron a aclarar las nuevas realidades. Tres muertos: dos jóvenes mujeres, un niño de 8 años. Y 150 heridos.
El martes 16, el espectro de las cartas letales, que sacudió al país precisamente inmediatamente después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 regresó. Sobres con ricino, un poderoso veneno, fueron interceptados antes de llegar a las oficinas de un senador de Mississippi y al día siguiente, a las manos del presidente de Estados Unidos.
Luego, el 17, sobrevino la explosión en la planta de fertilizantes en la localidad de West, cerca de Waco, Texas, que involucró la totalidad de esta localidad de 2,600 habitantes.
Se pensó en una conexión entre ambos estallidos. Se creyó en un generalizado ataque terrorista. Se barajaron números de 60 y 70 muertos, mucho más que en los lamentables 14 de la realidad.
Después, mediando errores de los medios de comunicación y las autoridades, salieron a relucir las fotos y luego la identidad de los autores de la violencia en Boston: dos jóvenes, hermanos, inmigrantes de origen chechenio con 10 años de vida e integración en la hospitalaria Cambridge.
Quien envió las cartas venenosas, un personaje desequilibrado de Mississippi, fue rápidamente arrestado.
La población de West, una vez terminadas las búsquedas de sobrevivientes y víctimas, comenzó la reconstrucción de su casa.
Este viernes, los terroristas que atacaron la maratón mataron a un policía de MIT para robar un vehículo y huir. En la subsecuente confrontación murió uno de ellos. El otro, herido, huyó a pie. A la noche, cuando la policía de Boston estaba anunciando que interrumpía el virtual toque de queda en la ciudad, alguien encontró al hermano sobreviviente, desangrándose, dentro de la lancha que estacionaba en el jardín de su casa. Al cabo de un tiroteo el hombre fue arrestado y ahora esperan que sobreviva, para dar información que cofirme o no la teoría predominante de que ésta es la tarea individual de un par de islamistas con fácil acceso local a armas y explosivos.
Y entonces, comenzaron a vislumbrarse los resultados políticos.
Cuando ya la atención pública estaba lejos – en Boston, con la población alarmada por el fantasma de la violencia genealizada – la moción de control de armas fracasó ignominiosamente en el Senado.
Ni siquiera llegó a votación. Aprovechándose una regla interna que requiere una supermayoría de 60 votos – de los 100 senadores – para pasar al recuento de las manos, los republicanos votaron en masa en contra. La moción, que de por sí era una limitada solución de compromiso, recibió 54 votos.
¿Y la reforma migratoria?
En lugar de un promisorio inicio de debate, en vez del entusiasmo de manifestantes hispanos que iban a darle la bienvenida en las escaleras del Capitolio, aparentemente comenzaron a fortalecerse entre los republicanos algunas voces de duda.
Amparados por el hecho que los hermanos Tsamaev, autores del atentado en Boston, son inmigrantes – aunque fuesen legales – y por la desconfianza que ésto causó hacia los extranjeros en general en segmentos de la población, algunos políticos expresaron sus reservas.
El mismo viernes, el senador republicano Chuck Grassley dijo en el Comité de Asuntos Judiciales:
«¿Cómo pudieron individuos evadir la autoridad y planificar tales ataques en nuestro territorio? ¿Cómo podemos mejorar los mecanismos de seguridad de quienes pretenden entrar a Estados Unidos? ¿Cómo nos aseguramos que la gente que nos quiera hacer mal no puedan optar por beneficios bajo las leyes migratorias, incluyendo la nueva que estamos analizando?»
Otros oponentes de la reforma levantaron cabeza.
«Todo en esta ley indica que no hay suficientes empleos. Y sin embargo propone agregar millones de trabajadores extranjeros en esta misma década», dijo Roy Beck, quien encabeza NumbersUSA, un grupo antiinmigrante. «Hay 20 millones de estadounidenses que no encuentran un trabajo de tiempo completo. Es como si el grupo de los Ocho» – los senadores que redactaron la moción de ley – «viviesen en un universo alternativo».
Lo notó también el presidente Obama, cuando, este mismo viernes, advirtió contra el regreso del nativismo y la xenofobia.
«Una de las cosas que hacen de Estados Unidos la más grande nación del mundo, y también de Boston una gran ciudad, es que damos la bienvenida a gente de todo el mundo, gente de todas las creencias, las etnicidades, de todos los rincones del globo», dijo el mandatario.
Por de pronto, las voces disonantes no son suficientemente vociferantes ni vienen de actores poderosos en el sistema como para cambiar el resultado, la reforma migratoria.
Es sábado. Por primera vez en la semana – por ahora – el panorama informativo nacional se tranquiliza. Baja la polvareda y el humo. ¿Volvemos a la normalidad? Sí, pero una nueva y diferente, de una naturaleza que todavía no podemos vislumbrar.
* Enlace: http://voces.huffingtonpost.com/gabriel-lerner/una-semana-de-horror_b_3124530.html?utm_hp_ref=voces