Ricardo Escalante / Texas
Después de algunos años en Londres, en 1988 regresé a Caracas y volví a mis actividades como reportero en El Universal. En ese momento conocí y entablé amistad con uno de esos personajes silenciosos que hacen posible la vida de los periódicos, Jorge Molina, a quien en el gremio llamaban “Poteʹ leche”.
Era un profesional dedicado a ese pesado trabajo de la secretaría de redacción. Pasó muchos años en los dos principales diarios caraqueños, donde por las noches batía el cobre en medio de la presión del cierre de la edición de la mañana siguiente.
Molina era bajo de estatura, calvo, de ojos azules, y con la piel cuasi transparente que había dado lugar al apodo. Reía y siempre tenía una broma a flor de labios, pero también tomaba las cosas en serio y asumía compromisos sin mirar las consecuencias, tal como lo hizo al respaldar a Hugo Chávez cuando nadie apostaba un centavo por su éxito.
Cultivaba amistades en ese mundo insondable de los militares venezolanos, en el que casi nunca se sabe qué piensan y por qué. Conocía a Chávez desde la época de sus conspiraciones contra gobiernos legítimos y hasta participaba en ciertas reuniones, lo que una madrugada desembocó en un allanamiento a su residencia. Fue detenido y pasó un mal momento.
Mientras Chávez estaba preso en Yare por golpista, algunas noches usaba un teléfono celular para pedirle a Molina la publicación de comentarios y declaraciones. Esos nexos le permitían a Molina llamar al teniente coronel por su nombre de pila. Este lo aceptaba.
A medida que los candidatos de los partidos tradicionales se venían abajo, la popularidad de Chávez aumentaba y Molina iba dejando de ser necesario. Era apartado y olvidado porque otros más importantes entraban en escena.
“Poteʹ leche”, que era inteligente, se había venido dando cuenta de los desplantes y andaba decepcionado, a pesar de lo cual un día asistió a un acto que contó con la presencia del entonces Presidente Electo, que se movía la arrogancia propia de quienes se sienten predestinados. Trató de saludar al amigo de otros tiempos llamándolo Hugo a secas, frente a lo cual éste se devolvió, levantó el índice derecho y le gritó: “!Mucho cuidado! ¡Presidente, para la próxima vez!” Dio media vuelta y continuó su camino.
Transcurrido ya un tiempo desde la vejación, un día Molina me dijo: “Me consta que Chávez es un desleal e insincero. Un h…” Al narrar esta anécdota, bien conocida en el mundo periodístico, rindo homenaje a la memoria de mi amigo Jorge Molina.
Nota: Prometo escribir un artículo con el título La muerte de “Poteʹ leche”.