Judas de la política y deterioro de la democracia

 

José Ignacio Moreno León *

No hay dudas que la política está inmersa en una crisis a nivel mundial y  América Latina es una de las regiones en donde esta grave realidad se hace más evidente, a través de la crisis de representatividad cuando en democracia los electores pierden la confianza en los elegidos y en quienes dirigen las instituciones partidistas. Igualmente se percibe una crisis de legalidad o de institucionalidad cuando, con frecuencia, la dirigencia actúa al margen de la ley  y se empeña en pactos negociados y conciliábulos políticos a la sombra y al margen del interés colectivo,  generando decisiones y acuerdos que solo responden a perversos intereses grupales.

Esa crisis política opera simultáneamente con una crisis de ideologías y de los valores éticos y morales, porque impera el empeño de divorciar la ética de la política; y porque muchos de quienes viven en la política y viven de la política se niegan a reconocer que la política y la ética persiguen conjuntamente la búsqueda de un objetivo común, como  es el bienestar individual y colectivo. Desconocen igualmente que desde Aristóteles la política se ha entendido como el arte del bien común, y el valor ético principal en base al cual debe desempeñarse la actividad  política, por ello para los griegos la política sin la ética carece de sentido, porque toda política debe ser una ética en desarrollo.

 El deterioro de la política que ha generado la crisis de la misma se ha producido cuando en nuestra sociedad moderna el ejercicio político se ha alejado de los principios morales y,  siguiendo a Maquiavelo, legitima con su comportamiento la inmoralidad política – o amoralidad política como la define Ortega y Gasset-, entendiendo,  para los que así actúan,  que lo importante en la política es la eficacia, es decir, el logro del resultado que se requiere, comúnmente vinculado a la conquista o mantenimiento de posiciones de poder y hasta oscuros objetivos egoístas y crematísticos, descartando valores indispensables de toda conducta humana y que por ende deben orientar la sana conducta política, como lo son la verdad, la  honestidad, la honradez, la promoción de la justicia, la libertad, la solidaridad, la conciencia cívica y el logro del bien común que, de acuerdo a Maritain, incluye a la colectividad como conjunto y a cada uno de los seres humanos que conforman un determinado conglomerado social.

La perversión de la política,  generada por el comportamiento amoral de quienes en su ejercicio privilegian el maquiavelismo por encima de los principios éticos y valores morales que deben regir esa actividad fundamental, tiene mucho que ver con la preocupante crisis que impera en la institucionalidad democrática en América Latina. Por ello es cierta la afirmación de que la amoralidad en la política corrompe la democracia. Y ese deterioro democrático se manifiesta en la inestabilidad política, la corrupción  y la marcada ineficiencia en el  proceso de desarrollo de la región. Pero la perversión de la política tiene igualmente que ver con la falta de solidez ideológica en quienes fungen de líderes y son incapaces de entender que frente al fundamentalismo neoliberal que privilegia un capitalismo individualista y el socialismo comunista  generador de miseria y violador de los derechos humanos, es imprescindible hacer valer los valores y principios de un humanismo comprometido con la promoción de la dignidad de cada persona y el respeto a los derechos a su libre participación comunitaria y para el fortalecimiento de la sociedad civil. De un humanismo en el que el ser humano debe valorarse como el protagonista y beneficiario directo del proceso de desarrollo y debe comprometerse activamente en la definición de su propio destino.

La perversión de la política, por su vacío de valores y orfandad de ideología, ha encubado lo que podríamos denominar los judas de la política o los malabaristas de la partidocracia. Son los especímenes politiqueros, desgraciadamente comunes en el quehacer político venezolano y que mucho daño le hacen a nuestra democracia y a las organizaciones partidistas  deteriorando la confianza  ciudadana en las mismas. Son sujetos que saltan de un partido a otro o promueven grupúsculos sin ninguna consideración ideológica y mucho  menos ética o moral. Se mueven con visión cortoplacista y motivados solo por la búsqueda narcisista de figuración o por oscuros intereses egoístas y crematísticos. Son los falsos dirigentes oportunistas que no piensan dos veces para romper acuerdos o renunciar a una ideología o compromiso de partidos y abrazarse, sin rubor, a causas comúnmente alejadas del interés colectivo y del sano quehacer político. Frente a esta tragedia que empaña nuestra democracia, cada vez se hace más notorio el clamor ciudadano por un profundo cambio que no solo reclama superar la grave crisis económica y social que vive el país, sino que apunta además por la revalorización de nuestra democracia y sus instituciones y la promoción de un genuino liderazgo político, fundamentado en los principios y valores de la sana política, para que los venezolanos podamos deslastrarnos del drama que estamos viviendo.

  •  Director General del CELAUP, Universidad Metropolitana

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