Gustavo Coronel /Washington-Virginia
Hoy he estado admirando desde mi ventana una bella y tranquila nevada. La nieve cae convirtiendo el paisaje en una postal donde solo faltan un par de niños jugando en la blancura y una bella madre que los cuide.
Sobre la suave e inmaculada superficie veo una ardilla correr alegremente, dejando un delgado rastro. Y me pregunto si esta ardilla tendrá más o menos suerte que yo. Ciertamente está disfrutando de la nieve, de su tacto suave, de la alegría de la naturaleza de la cual formamos parte. Pero ella no recuerda nada de lo que sucedió anteayer, mientras que yo sí puedo hacerlo y ello hace que mi alegría esté, o reforzada por los bellos recuerdos, o sujeta a sentimientos de signo contrario, de tristeza o melancolía.
La ardilla no puede saber qué hace algunos días uno de mis mejores amigos dejó de existir. No sabe que hay seres humanos quienes esperan ser decapitados por una banda de fanáticos en el Oriente medio y, mientras esperan, están conscientes, minuto a minuto, de la inminente llegada de una terrible muerte. Son sentimientos que nos llenan de tristeza porque la empatía es una cualidad esencialmente humana.
La ardilla, a lo sumo, piensa en la nuez pero no sabrá nunca que existió una corte como la de Luis XIV o genios como Winston Churchill. No puede tratar de recrear en su imaginación el momento de la creación del universo o los sentimientos íntimos de quienes han protagonizado las epopeyas de la historia, de los grandes exploradores y viajeros, de los heroicos defensores de las Termópilas o de Masada. No sabrá nunca de los bellos gestos de individuos como Jesús, Galileo, Lutero, Gandhi o Martin Luther King. El recuerdo y el modelaje mental son facultades reservadas para nosotros, los humanos. Tampoco puede la ardilla ver hacia adelante y tratar de imaginarse como seremos y como estaremos dentro de 500 años, como podremos algún día viajar a las estrellas, como lograremos vencer las más terribles enfermedades, quizás solo para ver surgir otras diferentes y no menos terribles.
Solo el ser humano, no la ardilla que corretea feliz por la nieve y que veo desde mi ventana, puede imaginarse el destino que le aguarda. Tener conciencia de que, más temprano que tarde, será vencido por la enfermedad o la vejez y que desaparecerá algún día, no solo como individuo sino como especie, de la faz de la tierra.
Tal como el ser humano no existió en los pasados 4000 millones de años de la vida de nuestro cosmos, probablemente no existirá a partir de algún momento durante los próximos 4000 millones de años. Este es un pensamiento aterrador. No se trata solamente de la desaparición ontogénica sino de la extinción filogénica. Algunas veces este horrible pensamiento entra en mi cerebro sin permiso y me produce una sensación que solo puedo describir como una mezcla de terror, indignación y rebeldía. Logro ahuyentarlo pero lo siento allí, agazapado, esperando cualquier oportunidad de entrar sin permiso en mi mente.
Veo la ardilla correteando en la nieve, disfrutando como yo del paisaje blanco y maravilloso, un espectáculo que la madre naturaleza nos regala a ambos por igual. Y me pregunto si no sería preferible ser como la ardilla, la cual vive en un presente eterno, sin saber de dónde vino y cuál será su destino.
Pero, ser humano al fin, lo que prevalece en mí es el orgullo de luchar, aun sabiendo que la batalla final está perdida.
La cita de hoy:
“Al adoptar una posición la cobardía se pregunta: “Será segura?”. La conveniencia se pregunta: “Será lo político?”. Y la vanidad se pregunta: “Será popular? Pero la conciencia se pregunta: “será lo correcto?”. Porque la medida última del hombre no es donde se ubica en momentos de conveniencia pero donde se ubica en momentos de desafíos, crisis y controversias”.
Martin Luther King: Autobiografía.