De hambrunas  y el holodomor

 

Germán Gil Rico

Las hambrunas son antiquísimas, tanto como el saber humano. La escasez de alimentos generó el nomadismo. Las dentelladas del hambre obligaron las migraciones. Comenzaron las guerras por la conquista de territorios más extensos que garantizaran la alimentación de la tribu.

El nomadismo fue disminuyendo en la medida en que se utilizaron herramientas facilitadoras del cultivo y la producción de alimentos en mayor escala. Pero esos avances no llegaron a lugares remotos del planeta, donde las hambrunas continúan persiguiendo y matando la población. Duele que, en la era de las conquistas espaciales, los fenómenos naturales continúen generando migraciones para escapar del hambre. Y da coraje observar que naciones con capacidad técnica-económica para superar tales tragedias, las vean pasar con indiferencia. Indigna la solidaridad traducida en limosna, cuando debería ser en inversión. Educación, desarrollo agropecuario e industrial abren caminos a la prosperidad coadyuvando en la erradicación del hambre.

Durante el Siglo XX y en estos “peninos” del XXI muchas hambrunas y migraciones sucedieron, aún ocurren en países con posibilidades de conseguir recursos económicos-financieros, para ser invertidos en la adquisición de tecnología y minimizar la incidencia negativa que heladas, sequías o exceso de lluvias tienen en el deterioro de la calidad y cantidad de las cosechas. Pero la ignorancia impide que accedan a los recursos que ofrece la economía libre.

La cuestión comunista es diferente. El mefistofélico trío integrado por Lenin, Trotsky y Stalin decretó la colectivización de la actividad agropecuaria, obligando a entregar al Estado el 70% de la producción. La impusieron a plomo limpio, pasando por sobre montañas de cadáveres. No se percataron que el hambre aguardaba agazapada y guadaña en mano, para dar continuidad al genocidio iniciado con metralla. Inventaron las hambrunas inducidas y matar de hambre (holodomor en ruso) La cosecha fue estimada de entre 20 y 30 millones de cadáveres en toda la Unión Soviética.

Como los comunistas no enmiendan errores, viven aferrados a la fracasada teoría socioeconómica creada por Marx y colgados de los lineamientos político-partidista diseñado por Lenin, el programa fue replicado en  China, Camboya, en Cuba y en todos los países víctimas de la garra depredadora del comunismo, arrojando iguales resultados: muerte y desolación.

Ahora, en el Siglo XXI, le ha tocado a Venezuela. Sin cambiar una coma, Hugo Chávez empezó la “fiesta” expropiando cuanta empresa productiva se le antojó y Nicolás Maduro sigue bailando. Sobre el derrumbe económico cabalgó la inflación galopante más alta de América que llegó para quedarse, el desabastecimiento de alimentos y medicamentos, junto con el colapso de los servicios, la rampante inseguridad personal y jurídica. Indujeron la migración en gran escala para matar de hambre. Como sus camaradas Lenin, Trotsky y Stalin implantaron la fórmula del hodomor.

Por eso el venezolano emigra. No quiere morir de hambre, asesinado por un malandro ni por los gobernantes genocidas.

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